OPINIÓN

De feria

La Feria del Libro de Madrid se llena de visitantes en su primer fin de semana
La Feria del Libro de Madrid se llena de visitantes en su primer fin de semana
Europa Press
La Feria del Libro de Madrid se llena de visitantes en su primer fin de semana

La Feria del Libro (la de Madrid: hay otras, pero la Feria, a secas, es esta) se inventó para que los libreros salvaran el año y los escritores recibieran una lección de humildad. Lo primero no siempre se cumple. Lo segundo lo hace de manera infalible.

No se trata solo de que la felicidad nunca es absoluta, sino comparativa y, por lo tanto, resulta complicado mantener el ánimo alto cuando se firma poco o nada: sino que a la Feria solo se sobrevive aguzando el sentido del humor, y esa cualidad escasea, en general. Y es frágil, en particular, entre quienes se han logrado tomar lo suficientemente en serio como para publicar o autopublicar un libro. Hay un engolamiento natural, una dignidad aprestada, un yo qué sé, un qué sé yo, en añadir escritor al oficio precedente. Y ese castillo, erigido con esfuerzo en las presentaciones individuales y en muchas horas arrojadas a las redes sociales, se deshace cual margarina al sol ante las colas de los que de verdad firman, que, para mayor complicación del caso, a veces son precisamente quienes no escriben, aunque a veces sí, y otras son quienes llevan años pero otras no.

Lo despiadado de la Feria, del fracaso en la Feria, reside en que nos priva de excusas

Lo despiadado de la Feria, del fracaso en la Feria, que es lo habitual, reside en que nos priva de excusas. No hay dónde esconderse, nada se puede falsear. Ni la indiferencia o el entusiasmo de los libreros, la inversión de las editoriales, la fragilidad de las pequeñas entidades, o el apoyo de los lectores: es uno de los pocos espacios en los que no podemos contarnos historias sobre nuestra propia importancia. Y nosotros, que trabajamos con la ficción ¿cómo quieren que lidiemos con la verdad? 

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