Borja Terán Periodista
OPINIÓN

El tipo de público de 'Eurovisión' no es el que tú crees

Mika con el público de Eurovisión
Mika con el público de Eurovisión
UER
Mika con el público de Eurovisión

Nada más llegar al estadio Palasport Olimpico de Turín te percatas de que el público no sólo es el perfil clásico de eurofan. El auditorio está lleno de pluralidad de europeos. Incluidas familias, algunas con sus niños y otras hasta con la abuela. Es una representación a escala de la audiencia transversal que vive el eurofestival desde su casa. No obstante, Eurovisión es la emisión no deportiva más vista de la televisión. Y, a ratos, superando a las deportivas. Este año, de hecho, la actuación Chanel ha logrado el récord de consumo de RTVE Digital, adelantando al fútbol. Había expectación. La cita era imperdible. España podía ganar.

En la tele y en el estadio, el primer acierto de la RAI y la UER llegó nada más empezar. Los organizadores impulsaron la atmósfera de emoción del arranque del festival con un mini-concierto de Laura Pausini. Sus grandes éxitos, canciones con las que hemos crecido y que nos trasladan a instantes subrayados en nuestra vida. Era la mejor carta de presentación para comenzar. Y se la reservaron para la final.

Después, cuando la noche iba avanzando y había que ejercer un repunte de interés en la audiencia -porque el programa se empezaba hacer largo a la espera del resultado de las votaciones-, hubo otro giro de guion. De nuevo, Pausini movilizó la sensibilidad. ¿Cómo? Puso a todo el estadio a cantar 'Volare'. Los italianos son maestros en las apoteosis emocionales. 

Aunque la televisión pública italiana se tenía reservado su truco televisivo final para el intervalo entre las actuaciones y los 12 points. Un show de Mika y sus himnos, que representan, abrazan y ejercen la diversidad que es ADN de Eurovisión desde sus inicios. Para ello, cada silla del Palasport Olimpico escondía una bandera. Una bandera blanca, con un corazón rojo. El popurrí de Mika se diseñó con artillería visual para levantar al espectador del sofá. También al espectador que no sabe quién es Mika. En el caso de que existiera alguno. 

Un corazón hinchable gigante creció en el centro del estadio, la actuación acabó y, entonces, la realización no temió regordearse en una de las claves históricas de la comunicación: cuidar el plano de reacción del público. En un festival en la que cada imagen está tan calculada, el realizador de este Eurovisión se dejó llevar y escuchó lo informativamente relevante que estaba aconteciendo. Así trasladó esa excitación eurovisiva gracias a imágenes y más imágenes de un público plural, de diferentes puntos de Europa, ondulando la misma bandera. Ondeando un corazón. Y haciéndolo con esa emoción de estar participando en una noche única, juntos gracias a la creatividad de la música y la tele. Y de Mika, claro.

Porque, al final, el gran valor de Eurovisión está plasmado en la confraternidad que se siente en el estadio. Es lo único del festival que se ve mejor in situ que por la tele. Eurovisión es una competición entre países pero no hay choques, no hay pataletas, no hay insultos: hay aplausos. Ovaciones a los tuyos y a los contrincantes. Se celebran con afecto las victorias ajenas. Cuando te ves las caras, te quitas prejuIcios, desaparecen los individualismos detrás de la pantalla del móvil y, por lo tanto, aparece la empatía de disfrutar lo que nos une más que empecinarse en lo que separa. 

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