Eurovisión 2022 va cogiendo el vuelo para demostrar que su fórmula sigue vigente en la que será la gran final del sábado, donde por fin actuará España. Y, mientras tanto, la segunda semifinal clasificatoria, celebrada esta noche, ha vuelto a ser una reunión de diversidades sin prejuicios y con muchos vértices, claro.
El vértice de lo liviano. Ahí destaca WRS, el representante rumano, que se pone a cantadanzar 'Llámame' y no sabes si lo hace bien o lo hace mal, pero no puedes dejar de verlo. Porque está seguro de sí mismo. Y lo disfruta. De hecho, está todo el rato mirando a cámara para buscar esa complicidad con ese espectador que está intentando entender su arte. Y consigue la conexión, aunque sea difícil encontrar a la cámara con tanto paso de baile.
El vértice de las cicatrices de la vida. De eso va la propiesta de Konstrakta, de Serbia. Su canción 'In Corpore Sano' es una reivindicación de la sanidad pública a través de un performance brillante en donde, también, Konstrakta entiende lo vital de saber mirar al espectador. Sin timidez, con creatividad. Consiguiendo que la música se transforme en una experiencia visual que envuelve, que hace pensar. Mientras se lava las manos. Y no metafóricamente. Eurovisión se crece con el compromiso. Canciones con mensaje. Canciones con riesgo visual y mental.
El vértice del señor que quiere robar plano. Michael Ben David, candidato de Israel, no entendió muy bien cuándo es su momento y cuándo debe ceder el protagonismo a los presentadores. Así se inmiscuyó en el entreacto del anuncio del televoto. Y no se iba, oye. Con incómodo beso incluido a Laura Pausini y Alessandro Cattelan, aguantando el tipo con una sonrisa de qué haces aquí y qué estás bebiendo. Fue violento, pues estaba invadiendo el espacio personal de los maestros de ceremonias. Quizá pensaba que de esta manera visibilizaba más su candidatura, pero sólo resultó antipático. Resultado: eliminado.
El vértice de las canciones que llegan para quedarse. Cornelia y Suecia representa la música consciente de su tiempo. Incluso de su pasado. Se traía una escenografía de casa, lo que además le ha permitido romper con la monotonía del decorado eurovisivo de Italia que es demasiado repetitivo: un problema para congregar a audiencias más allá de los eurofans. Cornelia se ha distinguido del resto.
Hay más vértices, más aristas, muchos más planos que se juntan, se cruzan y crean líneas de encuentro con contextos complejos. También en Eurovisión, donde esta noche hasta apareció en escena un toro mecánico que metieron los de San Marino. Tal vez por aquello del cliché simplista de que en Eurovisión se deben colar muchas cosas efectistas y horteras para llamar la atención. No tanto. Qué antiguo. Desaprendamos el término "cosas". Eurovisión es intentar encontrar significados y contar en cada actuación una buena historia que implique, envuelva e inspire al público. Ya sea desde la risa, el jolgorio, la disrupción, la emoción o los ideales. O todo junto. Porque todos esas cualidades son mejores si van unidas. Lo que viene a ser la buena televisión de siempre, vamos. La de conectar retratando. Y hacerlo en el tiempo exacto. Y qué alegría. Porque las semifinales de Eurovisión para España demuestran que no pasa nada porque un espectáculo acabe a las once de la noche. Al contrario, provoca ese regustillo de ¿ya ha acabado? Sí, ya ha acabado. Hasta el sábado.
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