Juan Luis Saldaña Periodista y escritor
OPINIÓN

Ley de educación: cómo liberarla de la política

Aula vacía de un colegio.
Aula vacía de un colegio.
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Aula vacía de un colegio.

Un grupo de treinta intelectuales ha respaldado un breve manifiesto redactado por tres profesores de secundaria en contra de la LOMLOE. Piden que se cree una institución pública para diseñar el sistema educativo. Manifiestan que esconder los suspensos no es una solución, ponen en duda la evaluación por competencias porque diluye los conocimientos, piden mantener las notas numéricas, huir de las ideologías, hacer algún examen externo y cuidar que se pueda estudiar en español en todas las Comunidades Autónomas.

Estos manifiestos se han convertido ya en una pequeña tradición en nuestra democracia. Si uno bucea en la hemeroteca, puede encontrar varios ejemplos. Hubo uno de ochenta intelectuales en diciembre de 2020 y otro de cuatrocientos intelectuales en enero de 2014, en el que se pedía más humanidades. En 2011 hubo uno en apoyo a los profesores en el que firmaron ciento treinta y tres intelectuales. Tras esta retahíla, uno piensa dos cosas: la figura del intelectual se parece mucho a la del espectro y la solución al problema educativo no está en los manifiestos.

"Los políticos han secuestrado la educación y parece que les sale rentable. Subcontratan la letra pequeña a pedagogos y profesionales de la educación que rara vez dan la cara y casi nunca dan explicaciones"

Es evidente que no existe una respuesta unívoca al titular que plantea este artículo, pero es preciso encontrarla. Los políticos han secuestrado la educación y parece que les sale rentable. Subcontratan la letra pequeña a pedagogos y profesionales de la educación que rara vez dan la cara y casi nunca dan explicaciones. Los políticos defienden lo que toca a capa y espada. No nos engañemos, el político de hoy en día no tiene tiempo y parece que tampoco tiene ganas para entender el problema y meterse a fondo en el asunto. Estas directrices, maquilladas con la pátina del progreso o la innovación, pasan a sus terminales informativas, los periodistas y editorialistas de parte, que se encargan de defender lo que interesa. Del alumno ya no se preocupa nadie.

Lo normal es que en el debate de la calle, las tertulias de la radio y la tele, el texto de la ley no aparezca en ningún momento. Se da la ridícula situación de que la discusión se reduce a lo siguiente: uno afirma que la nueva ley hace algo y el otro lo niega. No puede ser. Si hay menos filosofía, hay menos filosofía. Si no nos leemos la ley, estamos fuera. No se puede reducir a eso. No se puede mentir con tanta impunidad. El fracaso del pacto de estado del año 2018 debería quedar atrás. Es preciso un pacto por la educación para quitar de las manos de la clase política la mayor cantidad posible de una materia demasiado delicada para su limitada capacidad, su afán adoctrinador y su desmedida ambición. 

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