Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Aprendizajes de aquellos dibujos animados con los que crecimos

La abeja maya
La abeja maya
20minutos
La abeja maya

Todavía hay personas que siguen pensando que la cultura en televisión es un programa con gente sentada alrededor de un cenicero mientras predica palabras redichas. Rompamos los guetos que nos merman como sociedad. La realidad es que la cultura se abre camino en todos los géneros audiovisuales. Ya los dibujos infantiles nos estimulaban a una incesante curiosidad. 

Tres décadas después del estreno de 'Érase una vez la vida' (1987), varias generaciones aún siguen pensando en los glóbulos rojos o a los virus como los ideó el francés Albert Barillé, creador e impulsor de esta ficción en la que participó activamente TVE como cadena coproductora.

Los protagonistas de la serie eran tan ingeniosamente traviesos como los propios niños. Por ejemplo, las células del ojo llevaban gafas, los anticuerpos eran feos insectos amargados o los glóbulos rojos correteaban con sus inolvidables bolas de oxígeno. Un cómic para explicar el funcionamiento de cada elemento del cuerpo humano en episodios temáticos. Los músculos, la piel, la respiración, la digestión, la sangre, el corazón, el cerebro, el esqueleto, el hígado, la médula ósea, los riñones, el oído, los dientes, las plaquetas... Muchos padres siguen poniendo a sus hijos esta ficción.

Pero, más allá de la pedagogía evidente de 'Érase una vez la vida', las grandes series de nuestra infancia se han quedado en el recuerdo por los aprendizajes que nos atesoraban a través del divertimento. Las aventuras del pato Aldred J Kwak nos enfrentaban al racismo, la intolerancia, la guerra, el ecologismo. Sus tramas nos demostraban que no bastaba con conformarse con lo preestablecido y que con ideas se pueden cambiar a mejor hasta las situaciones más complejas.

Desde un país multicolor, 'La abeja Maya' hacía lo mismo. A su manera, claro. La serie nos hacía empatizar con la preguntona Maya, que se metía siempre en líos. Porque no quería ser una más. Se cuestionaba todo el rato la realidad trasladando a los espectadores la virtud del espíritu crítico como la más útil salida para evolucionar.  Y poniendo en valor esa inteligencia de la infantil que, a veces, se desprecia con los complejos adquiridos con la edad. Error, siempre hay que aprender de la cristalina ingenuidad de la niñez. 

Tantas series de dibujos con valores, algunos más sutiles, otros más descarados dentro del devenir de los complejos y aspiraciones de su tiempo. 'Los Trotamúsicos', 'Mofli, el último koala', 'Los Fruitis'... Incluso 'La vuelta al mundo de Willy Fog', que versionó 'La vuelta al mundo en ochenta días' de Julio Verne con la fantasía de animaletes humanizados para atrapar ese simpático dulzor que, tal vez, no desprenden adultos prototípicos de carne y hueso. 

La trama de Willy Fog venía a hablar de que en la vida está bien planificar todo cuadriculadamente para conseguir el reto y llegar a la meta en el minuto adecuado. O perderás. Llegar a tiempo para ganar la apuesta de dar la vuelta al mundo en 80 días. Pero, como giro de guion en el desenlace, el legado de estos dibujos animados nos descubre que, en realidad, no hay meta y que, sobre todo, al final, la vida es el recorrido de saber improvisar. Saber improvisar bien.

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