Se conoce como ‘anagrama’ al cambio en el orden de las letras de una palabra o frase y que da lugar a otro término o locución distinto. Etimológicamente proviene del griego 'anagramma', formado por 'ana' (hacia atrás) y 'gramma' (letra).

Existen numerosos ejemplos de anagramas, pudiéndose formar todo tipo de palabras utilizando una mayor o menor cantidad de letras. Desde cosas tan básicas como el término ‘Roma’ con el que podemos formar las palabras ‘mora’ o ‘amor’, pasando por ‘frase’ y ‘fresa’, ‘cosa’ y ‘saco’, ‘acto’ y ‘cota’, ‘broca’ y ‘barco’…

Pero no solo se realiza con palabras cortas, ya que podemos ir poniéndole alguna que otra dificultad al hacerlo con palabras más largas como 'enfriamiento' y 'refinamiento', 'irónicamente' y 'renacimiento', 'conversador' y conservador', 'radiografía' y 'cardiografía' (por poner unos pocos ejemplos).

También podemos formar ciudades o países, como el mencionado ‘amor’ y ‘Roma’, 'agranda' y 'Granada', 'integrarla' e 'Inglaterra', 'acuerdo' y 'Ecuador'. De animales: ‘iguala’ y águila’, ‘rubor’ y ‘burro’, ‘callaba’ y ‘caballa’, ‘procesión’ y ‘escorpión’, ‘acelga’ y ‘gacela’. Con nombres propios: ‘armonía’ y ‘Mariano’, ‘alegan’ y ‘Ángela’, ‘quieren’ y ‘Enrique’, ‘deudora’ y ‘Eduardo’.

Curiosamente, ha habido algunos famosos casos en los que también se han formado seudónimos de personajes con el anagrama de sus propios nombres: El escritor, médico y humanista francés, del siglo XVI, François Rabelais, utilizó el de 'Alcofribas Nasier' con el que firmó algunas de sus más famosas obras. También encontramos el caso de la escritora y matemática zaragozana, María Andresa Casamayor de La Coma, quien tuvo que usar un seudónimo masculino para poder publicar un tratado sobre matemáticas, en 1738, realizando un anagrama con las letras de su nombre y transformándolo en el de 'Casandro Mamés de La Marca y Araioa'.