Eran las 11.00 de la mañana pero podían ser perfectamente las 13.00 o las 18.00 de la tarde. Los pasos de cebra de la plaza Fuensanta parecían los de la plaza Hachiko de Tokio, los más transitados del mundo. El motivo era singular: han arrancado las rebajas de verano del año más duro de la crisis.
Pero el pastel de la clientela parece tener un reparto irregular. Las grandes cadenas, concentradas en el eje Gran Vía-Avenida de la Libertad son las que, el menos en el primer día, se han llevado la parte del león. En algunas de esas tiendas, la cola llegaba a la puerta... o a lo más profundo del local.
«¡Vete a Pull&Bear, eso es la guerra!», comentaba Eduardo Nortes, que iba buscando unas bermudas a buen precio. «Las rebajas no merecen la pena», comentaba otra señora que no quiso dar su nombre pero que a pesar de su desdén, ya llevaba una bolsa en la mano.
«Suben los precios justo antes de las rebajas, para que cuando le apliquen el descuento, se quede igual», se quejaba Mª Carmen García.
Otra chica, en busca de unos pantalones, daba la clave del día: «La gente se ha esperado hasta hoy para salir a comprar ropa de temporada por la crisis. Y se nota».
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