La hermana pequeña se hizo (inmensamente) mayor

'Los soprano'
'Los soprano'
'Los soprano'

Varios estudios avalan la hipótesis de que los hermanos mayores son más inteligentes y exitosos, mientras que los pequeños son más divertidos. Una de esas generalizaciones tan llamativas para el ser humano que nos sirve como metáfora de la relación ‘fraternal’ entre la pequeña y la gran pantalla. En ficción, la televisión siempre ha mirado desde abajo, en plano contrapicado, a su hermana mayor, el cine. La primera ha sido desacreditada como ‘la caja tonta’, el entretenimiento ‘bobalicón’ y adictivo, mientras que la segunda ha alardeado del sobrenombre de ‘Séptimo Arte’.

Pero, como los hermanos mayores que presencian impotentes cómo el pequeño de la casa empieza a sacarles varios centímetros de altura, en los últimos 20 años la ficción televisiva ha dado todo un estirón. Los amantes de los tecnicismos te dirán que nos situamos en la Tercera Edad de Oro de la televisión, esa que llegó sigilosamente con el cambio de siglo por obra y gracia de HBO y los tres ‘Davids’: David Chase (Los Soprano), David Simon (The Wire) y David Milch (Deadwood). Por fin las series sacaban provecho de su estructura episódica para ahondar en la ambigua moralidad humana mediante narrativas desacomplejadas y un lenguaje propio. Por fin ambicionaban más y comprendían que, si nadie daba un duro por ellas, tenían vía libre para reinventarse, atreverse, sorprendernos.

the wire
'The Wire', La otra ‘mejor serie de la historia’ existe porque David Simon se pateó las peligrosas calles de Baltimore en sus años de periodista.
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Esa misma elucubración (o momento de lucidez) permitió a Vince Gilligan idear a Walter White. “Los guionistas siempre se han esforzado por mantener a sus personajes principales inmutables, pero yo quería enfocarme en el cambio, en la corrupción del antagonista”, ha confesado el creador de Breaking Bad.

Desde el desierto de Nuevo México hasta los suburbios de Baltimore, pasando por Madison Avenue o Nueva Jersey, los ‘malos’ del cuento se sucederían en los títulos más destacados de comienzos del siglo. La historia giraba en torno a su alma humana y corruptible: mafiosos (Los Soprano), narcotraficantes (The Wire), psicópatas (Dexter), familias disfuncionales (A dos metros bajo tierra), ejecutivos vapuleados (Mad Men) o políticos en crisis (El ala oeste de la Casa Blanca) se apilaban para atraparnos con sus claroscuros.

Detrás estaban sus padres, esos showrunners, mitad guionistas mitad productores, que finalmente monopolizaban el foco. A los ya mencionados ‘Davids’ se sumarían Aaron Sorkin (El ala oeste de la Casa Blanca), el prolífico Ryan Murphy (American Horror Story, Glee), Shonda Rhimes (Anatomía de Grey, Cómo defender a un asesino), Greg Berlanti (artífice del Arrowverse), Amy Sherman-Palladino (Las chicas Gilmore, The Marvelous Mrs. Maisel), Álex Pina (La casa de papel, Vis a Vis), Darren Star (Sexo en Nueva York), Damon Lindelof (Perdidos, The Leftovers) y un largo etcétera de nombres propios.

En la última década, la proliferación de plataformas no ha hecho sino reforzar esa industria televisiva alejada de convencionalismos. El 1 de febrero de 2013, Netflix lanzaba su primera serie original, House of Cards, con David Fincher como productor y director, y todos los episodios de su primera temporada disponibles. Con los servicios de VOD ha llegado una nueva manera de consumir ficción: a la carta, en los dispositivos que quieras y, en muchos casos, con entregas completas a tu alcance, para amantes del ‘binge-watching’.

No ha sido lo único que ha conseguido la TV con la llegada de Netflix, HBO, Amazon o la reciente Disney+. También ha roto fronteras, barreras lingüísticas y ha dado una segunda vida a varios shows. La casa de papel, una serie de género y rara avis en la producción española, lo engloba perfectamente. Tras su estreno en Netflix, la audiencia norteamericana, reacia a leer subtítulos, y medio mundo se obsesionaron con aquellos ladrones con caretas de Dalí.

La casa de papel
Antena 3 no aprovechó su potencial, pero Netflix sí, convirtiéndola en la serie de habla no inglesa más vista de la plataforma. Ahora, las calles de medio mundo tararean Bella Ciao.
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Si a todo ello le sumamos un aumento considerable en los presupuestos de estas ficciones (cada episodio de Juego de tronos da para varias películas de Sundance), la ansiada libertad creativa y una mayor diversidad en pleno #MeToo y ‘Black Lives Matter’, tenemos un espacio soñado para que directores y actores ‘de cine’ acaparen créditos. También en España, con Sorogoyen (Antidisturbios), Coixet (Foodie Love) o De la Iglesia (30 monedas) apostando por el nuevo medio rey de la creación.

En 20 años, la ficción televisiva ha crecido a pasos agigantados, se ha adaptado a nuestra frenética vida y la ha llenado de contenido innovador. La constante en Perdidos, la Batalla de los Bastardos de Juego de tronos, ese amor distópico en la San Junipero de Black Mirror, la icónica cabecera de Mad Men o esos patos de Tony al comienzo de Los Soprano la han despojado del calificativo de ‘caja tonta’.

Mientras el cine se ha vuelto cada vez más episódico con sus sagas, remakes y spin-offs, la hermana pequeña se ha hecho gigante, colosal, y para muchos ha democratizado la ‘ficción de calidad’ llevándola a todos los rincones del planeta. Deja de decir eso de “yo no soy de series, soy de Los Soprano” porque esto no ha hecho más que empezar.

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