Bolaño: la consagración, cinco años después

  • El escritor chileno falleció en julio de 2003.
  • Su reconocimiento literario no deja de crecer desde entonces.
  • 'Los detectives salvajes' será llevada al cine próximamente.
El escritor chileno Roberto Bolaño, fallecido en 2003. (FOTO: ARCHIVO)
El escritor chileno Roberto Bolaño, fallecido en 2003. (FOTO: ARCHIVO)
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El escritor chileno Roberto Bolaño, fallecido en 2003. (FOTO: ARCHIVO)

Cuando le llegó la “puta caliente” estaba el tercero de una lista para recibir un hígado. Tenía 50 años y una dolencia hepática aguda. Hasta los 43 lo había sido casi todo: lavaplatos, camarero, vigilante nocturno, basurero, vendimiador. También poeta infrarrealista, revolucionario ingenuo y letraherido.

El escritor chileno Roberto Bolaño murió en julio de 2003 en Barcelona. Nicanor Parra, chileno como él, poeta (o antipoeta), le lloraba en el periódico: “Pérdida irreparable para Chile. / Pérdida irreparable para mí. / Pérdida irreparable para todos”.

Los últimos diez los había vivido en compañía de un viejo ordenador de 1993, toneladas de medicamentos y su familia. Literatura más enfermedad: “Transitando por el sexo, los libros y los viajes, aún a sabiendas de que nos llevan al abismo, que es, casualmente, el único sitio donde uno puede encontrar el antídoto”. El antídoto fueron un puñado de novelas y relatos frenéticos: Llamadas telefónicas, Los detectives salvajes, Putas asesinas, 2666.

Cinco años después de su fallecimiento, Bolaño ha alcanzado la gloria póstuma. Póstumo. Esa palabra que a él le sonaba a nombre de gladiador romano, de gladiador invicto.

En 2005, la monumental 2666 -parida con la angustia de dejarla inconclusa- obtuvo el premio Salambó y el aplauso de la crítica (que casi siempre le fue fiel). Dos congresos de escritores, casi simultáneos, ratificaron su influencia “en toda una generación”.

Por fin, bolañianos en la ingenuidad: ya podían ir preparándose las tesis. Como afirmaba Mihály Dés, director de la revista Lateral, “no fue posible digerir toda esa obra. A su edad, otros escritores ya generan estudios, pero con él no dio tiempo. Esperamos futuros trabajos sobre él”.

Artista seriamente enfermo

Algunos de estos trabajos, en forma de elogios fúnebres, han ido publicándose desde entonces. De su editor, Jorge Herralde, son estas palabras incluidas en el volumen Para Roberto Bolaño: “¿Cómo definir a Roberto Bolaño? Por aproximación. Por ejemplo, su radicalidad estética, ética y política, sus gestos dadaístas, bajo el signo de Rimbaud, un desesperado escribiendo para desesperados”.

También de otros amigos escritores, a los que Bolaño apreciaba y quería, como Rodrigo Fresán o Juan Villoro, y a quienes jamás hubiera dedicado las sarcásticas invectivas que vertió sobre los “escribidores”, nutrido grupo de estafadores gobernado por las elites de las ‘allendes’ y los ‘revertes’.

Igual que Arturo Belano, su alter ego en Los detectives salvajes, “parecía pensar en términos de literatura todo el tiempo”. A la manera de Gil de Biedma, poeta que también quiso ser poema, Bolaño ha sido descrito como un neorromántico, un detective sin comisaría, un artista seriamente enfermo.

En sus relatos y novelas (también en su poesía, ágil y hermosa), desde la concienzuda y crepuscular La literatura nazi en América hasta El gaucho insufrible, destila un lirismo cruel que envuelve a los personajes y a las historias, un sueño afiebrado que consume a la vez que excita la búsqueda, la pérdida o la resignación a algo (un País, una Vida, una Literatura). Una elegía de corte expresionista, rotunda y alegre.

Como le sucedía a Narciso, el desdichado protagonista de un cuento de Fernando Savater, con sus ávidas lecturas de Thomas Bernhard, leer a Bolaño comporta un serio peligro: el de hacerlo con devoción de maníaco, sin querer ni poder leer a nadie más que a él. Un mal momento para quitarse, este quinto aniversario.

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