Para sorprender a un invitado especial no estaría mal llevarlo a cenar a un gallinero. Con todas sus letras. Con sus huevos, sus gallinas, redecitas metálicas y alguna que otra margarita blanca en la puerta. Claro que este gallinero, el de Sandra, es de alto abolengo. Por la noche se ilumina coqueto con velitas, cálidas luces, madera y olor al vino que se deja caer en copas por las mesas.
Tras el verano, El Gallinero estrena imagen, más luminosa, cálida y sin perder sencillez. Su cocina ha ganado espacio para que los productos de mercado que nutren sus platos mediterráneos salgan con brío: chateaubrian (solomillo de ternera), chuletón de buey, brochetas de pollo, tariyaki con shitake.
La carta mezcla platos básicos, como el original de huevos estrellados, con otros importados, como el rissoto fungi con hongos, los fideos chinos yakisoba o el carpaccio de mango y foie.
Los que prueban repiten y además vuelven con algún gallo o gallina, normalmente artístico, que Sandra no tarda en colocar por las paredes y techos de su local para crear ambiente.
La máxima de Sandra es ofrecer platos ricos, con buenas materias primas y en un local acogedor.
Curso de cocina
El sitio es bastante tranquilo e incluso se puede reservar su terraza para cenas privadas a lo grande.
Si además de la buena comida te gusta cocinar, aquí tienes una oportunidad. En octubre este particular gallinero ofrecerá cursos en grupos de diez personas para iniciarnos en este apasionante mundo, con su jefe de cocina Carlos Carrasco y el genio de sus postres caseros, Eugenio, de origen ruso.
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