Rajoy, solo ante las croquetas

El líder del PP, perdedor del debate sobre el estado de la nación, defiende su estrategia. El PP, erre que erre, pide que el Gobierno entregue las actas de sus reuniones con ETA.
Resultaba extraño verles allí, de pie, con una caña en la mano y una croqueta en la otra. En la tribuna del Congreso intervenía el portavoz de Esquerra, Agustí Cerdà, que, por lo visto, abre el apetito. Habían pasado un par de horas desde que Rajoy se había liado a mamporros dialécticos con Zapatero y, acompañado de su estado mayor, había tomado posiciones en la barra de Casa Manolo, la taberna más a mano para el solaz gastronómico y etílico de los padres de la patria. Rodeaban a Rajoy, el portavoz, Eduardo Zaplana,; su secretario general, Ángel Acebes; la diputada Soraya Sáenz de Santamaría, y el siempre inquietante Carlos Aragonés, el que fuera director de gabinete de Aznar y fontanero mayor de Moncloa, muy posiblemente uno de los inspiradores del peor discurso que el líder del PP ha protagonizado en los últimos años. Zaplana fue el primero en contestar a la andanada de un periodista emboscado. «¿Que si también creemos que hemos perdido en el debate? No es lo que pensamos nosotros».El Rajoy del bar de la esquina, esto es, el tipo que comenta la jugada sobre lo sucedido poco antes en el Congreso no se parece en nada a la imagen hosca del político que encarna. Fuera de la burbuja en la que su entorno le encierra, el gallego es un señor amable y buen conversador, aparentemente sincero, al que no le atraganta ninguna pregunta. «Siendo éste el formato del debate, donde el presidente del Gobierno tiene todo el tiempo que quiere y yo 57 minutos, había que elegir los temas que más podían interesar a los españoles. Y creo que el terrorismo y las misiones del Ejército eran los dos grandes asuntos de los que había que hablar».

Fallos en el guión

Algo funcionó mal en ese guión porque cualquier observador imparcial pudo contemplar a Rajoy embarrado en ETA, repetitivo hasta el hartazgo, exigiendo al Gobierno que entregara las actas de sus reuniones con la banda o convocara elecciones anticipadas, mientras Zapatero se pavoneaba con la bonanza económica, anunciaba un cheque regalo de 2.500 euros para recién nacidos, le recordaba su pasado como ‘el señor de los hilillos del Prestige’, le retorcía el brazo con Navarra y con sus sucesores en el partido, y para colmo, insistía en que con los terroristas se acabó el diálogo y había llegado la hora de ser implacable.

«Es verdad que mi discurso no tenía una sola cifra; ni falta que hacía. Y claro que las manejo. Podía haber hablado mucho más de la vivienda, pero con eso no se consiguen titulares al día siguiente», dice Rajoy, ya sin croqueta. El argumento parece inapelable hasta que uno repasa el discurso del presidente del PP y cuenta líneas: seis para la educación; seis para inmigración; dos para vivienda; una y media para energía; tres para seguridad; dos líneas y dos palabras para infraestructuras; una y media para el agua, y algo más de dos para la política exterior.

Rajoy revive el debate para reafirmarse en la opinión de que no se equivocó. «Él me dijo que yo había llevado al PP de la mayoría absoluta a la oposición y yo le repliqué que era mejor eso que llevarlo a la indecencia como había hecho él; él me sacó lo de los hilillos y le he contestado que yo nunca he llamado accidente a un atentado...». El ‘me dijo-le dije’ aún dura un rato, hasta que toca el turno del porqué no se dijo.

«¿Y por qué en vez de tantas referencias a ETA no ha existido una sola mención a que Zapatero perdió las elecciones municipales?», se le pregunta. «¿Para qué? –responde– Me hubiera dicho que ninguno de los dos nos presentábamos a  esas elecciones».

Aragonés, que está de los nervios porque el gran líder está hablando con desconocidos, logra, finalmente, meter baza, reducirle y sacarle del garito. Esto pasa por ir a tomar cañas sin tomar precauciones. La irrupción popular en el Manolo sorprendió al diputado socialista Txiqui Benegas en una de las mesas dando cuenta de su particular refrigerio. «A éste le ha pasado con las actas de ETA lo que le ocurrió a Borrell con los dichosos devengos». Benegas estaba feliz, en consonancia con la euforia que se respiraba en todo el Grupo Socialista.

Hoy se votan las propuestas de resolución. El PP ha pedido que el Gobierno entregue al Congreso las dichosas actas. Erre que erre.

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