Encarnación Mora: La extraordinaria vida de Encarna

  • Encarnación Mora Donoso. 63 años. Deja tres hijos que la consideraban su mejor amiga. Su familia no fue invitada al Funeral de Estado, al que tampoco hubiese acudido. Murió en el tren que explotó en El Pozo a las 7:41 del 11-M.
  • “Me gustaría echarme a la cara a Aznar y preguntarle cuánto vale un pozo petrolífero”, Loli, su hija.
Encarna, tercera por la derecha, en la boda de uno de sus hijos, en septiembre de 1999.
Encarna, tercera por la derecha, en la boda de uno de sus hijos, en septiembre de 1999.
20minutos
Encarna, tercera por la derecha, en la boda de uno de sus hijos, en septiembre de 1999.

En la macabra estadística que surge de la lista de víctimas del 11-M, Encarnación Mora Donoso es la persona de más edad: 63 años.

Sin embargo, la relación oficial de fallecidos carece del resto de los trazos: la viveza, el tesón de una hija de campesinos hecha a sí misma, la tolerancia... Limpiadora de hogar, dicen. Debieran decir reina. Primera condición: siempre Encarna (Encarnita le sonaba a recochineo y Encarnación no le gustaba porque ya había bastante incienso en la patronímica familiar: su abuela y su madre se llamaban Resurrección).

Segunda: la franqueza como norma. Y tercera, consecuencia de la anterior: la demostración de que le caías bien era definitiva. Si te mandaba “a tomar por culo” te podías considerar amigo de Encarna. Lola (32) sonríe al recordar a su madre. Está orgullosa y se le nota. Es una mujer de físico fuerte que trabaja en una metalúrgica, se recoge el pelo en un moño, bebe una lata de cola y escucha una canción de REM que, con esas milagrosas simultaneidades que sólo brotan de la música, parece compuesta para este justo momento: “A todos nos duele / no alces la mano”.

–¿Qué siento? Dolor, pena, tristeza y, sobre todo, una añoranza tremenda...

Y entonces llega el relato de la extraordinaria vida de Encarna: el pueblo con nombre incuestionablemente manchego, Granátula de Calatrava; la infancia en la tierra marchita de la postguerra; la boda con Marcelino; la travesía de varios océanos, con un bebé de 15 meses en brazos, para recalar en Australia, en una granja ganadera; la bravura de aprender inglés en la mejor de las academias, entre sus semejantes; el atrevimiento de conducir furgonetas sin carnet en la inmensidad rojiza de las antípodas; la nostalgia y el regreso a España; el divorcio del marido, un hombre que le hacía la vida aún más difícil; el traslado a Torrejón de Ardoz...

Todo se lo echó Encarna a las espaldas sin queja y con el espíritu inquebrantable de los cumplidores: los tres hijos (José Antonio, Loli y Marcelino) crecieron con la canción nocturna de la Singer con la que trabajaba, clandestina en su propia casa, como sastra por pieza; la jornada diurna estaba repleta de más empleo precario: sacando brillo a cuantas casas y oficinas lo demandasen, que siempre fueron muchas. Ahora seguía limpiando, aunque en un solo domicilio en la zona del Bernabeu.

Buscaba cotizar lo suficiente para garantizarse una pensión.

–Mi madre era un puro nervio: limpísima y rapidísima. Me llevaba con ella desde chiquita. Yo hacía las patas de la sillas mientras ella se dedicaba a lo demás, recuerda Loli.

Dos días antes del 11-M, madre e hija se vieron por última vez. Fueron juntas a revisarse la vista y a tomar algo. Loli quería que Encarna le diese su parecer sobre la decisión que acababa de tomar: compartir su vida con un chico. La respuesta de la madre dice mucho de lo directo de su conocimiento:

–Adelante, hija. Si sale bien, cojonudo. Si sale mal, lo mandas a tomar por culo. Loli sonríe de nuevo.

Todos los recuerdos, todavía con el sabor a pomelo de la desgracia injusta, tienen, sin embargo, un poso dulce, porque Encarnación vivió bailando el paso doble de la vida entendida como celebración. Cuando los tres hermanos eran adolescentes, se metían en cama con ella para divertirse con la filosofía de lo cotidiano y el libre cotorreo. Sus amigos les envidiaban con motivo: “Nadie tiene una madre como la vuestra”.

La hija lo corrobora:

–La verdad es que tenían razón. Fue madre, padre y amiga al mismo tiempo. Nunca recibió clases de nada y siempre supo de todo.

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