"Lo aprendido, muy bonito, técnicamente perfecto, fantástico, yo lo aplaudo y lo admiro, no le pongo pero ninguno, pero todo el que no sienta de aquí, ¡mentira!", respondía la célebre Carmen Amaya señalándose el corazón, contestando a una periodista que en México le preguntaba si el baile "se nacía" o se aprendía.

"El flamenco está hecho de faltas de ortografía. Eso es lo que distingue el flamenco de verdad del flamenco de espejo", sentencia el cantaor Juaneque Fernández, de la familia de los Granaínos, convencido de que el cante no se puede ensayar como quien se entrena para las olimpiadas.

Los testimonios tajantes y espontáneos, de artistas gitanos pertenecientes a sagas de cantaores y bailaores y tocaores, son parte de las historias de talento, dificultades y triunfos que reúne Bajarí (término caló para Barcelona): un libro que se introduce en la historia de la tradición gitana de la ciudad trazando la historia de varias familias de creadores.

Estrenado en septiembre como documental, el proyecto de la crítica de arte, música y cineasta Eva Vila (Barcelona, 1975) se completa ahora con un tomo (editado por La Fábrica y el Ajuntament de Barcelona) escrito por ella y con fotografías de Joan Tomás (Barcelona, 1958).

Cuando se cumplen 50 años de la muerte de la histórica Carmen Amaya (1918-1963) —nacida en el paupérrimo barrio gitano del Somorrostro, en Barcelona— Vila traza la trayectoria de la saga desde su nacimiento hasta el presente, con Karime (sobrina nieta de Carmen, de padres exiliados y establecidos en México, donde nació) y Mercedes la Winy (nieta de la bailaora). El legado de la prodigiosa bailaora permanece siempre de fondo en las historias de las familias que forjaron una tradición basada en la fuerza de la identidad, preservada incluso en los escenarios más hostiles.

A los Toleo —cordobeses de origen— pertenecen la bailaora Rosa Montero la Tolea y su hijo el cantaor Miguel de la Tolea. La escuela de la Tani fue fundada por Ana Santiago la Tani, que pasó por los mejores tablaos flamencos hasta que se hizo profesora casi por casualidad, instruyendo de manera intuitiva y natural a su hija en la tradición del baile e incitando sin proponérselo a su hijo Eduardo para que tocara la guitarra y compusiera.

"(Bajarí) busca en el presente la mirada atenta de los padres sobre los hijos, de los hijos sobre los padres", explica Vila. "El peso de un nombre y de un origen nos legitima y nos acompaña toda la vida. Son señas fundamentales de nuestra identidad a partir de las cuales muchos intentaran comprender quiénes somos (...). El pueblo gitano ha llegado a esa comprensión a través de su arte. Transmitiéndolo de generación en generación, manteniendo el respeto por los que llevan más tiempo bailando, cantando o tocando, y sabiendo reconocer el talento en los que vienen detrás".