«Si hay camas de sobra, ¿por qué hay gente que se queda fuera?»

Indigentes de Bilbao critican que el albergue de Mazarredo no abra en su totalidad. Y una decena tienen que dormir en la calle.
Decenas de sin techo esperan en la calle a la apertura del centro invernal de Mazarredo. Manuel Romero
Decenas de sin techo esperan en la calle a la apertura del centro invernal de Mazarredo. Manuel Romero
Decenas de sin techo esperan en la calle a la apertura del centro invernal de Mazarredo. Manuel Romero
Alameda de Mazarredo, Bilbao. Son las 20.30 horas de un helador día cualquiera. El revuelo que se forma ante la puerta del albergue invernal del Ayuntamiento sorprende a los viandantes. A las puertas del centro, más de medio centenar de indigentes luchan por hacerse un hueco para, por una noche, dormir caliente. Pero sólo hay cincuenta camas. Y, a diario, una decena de ellos se queda en la calle.

«Tenemos que pedir cama los lunes y los jueves», explica Mario, un rumano que, tras trabajar un año sin papeles, lleva seis meses en la calle. «Estos días todavía no me he quedado fuera, pero mucha gente sí», replica. Él, como muchos de sus compañeros saben que el albergue reserva otras cincuenta camas para los días de más frío. «¿Por qué no las abren si hay gente que se queda fuera; no lo entiendo?», replica Sergio, un ucraniano que, literalmente, sabe lo que es «dormir debajo de un puente».

Broncas e insultos

Es frecuente, de hecho, que algunos indigentes se encaren e insulten al personal que atiende el servicio cuando descubren que no hay sitio para ellos. «Eso es malo para todos, pero la Policía lo ve y no hace nada», señala Paco, otro de los sin techo que hacen uso del albergue de forma habitual. Ello no quita, recuerda Sergio, para que «algunos pidan cama, tengan sitio y luego no aparezcan».

Por ello, el Ayuntamiento controlará desde este albergue la gestión de los alojamientos, comida y ropa de  todos los indigentes.

«A nosotras nunca nos falta sitio»

Begoña Rodríguez tiene sólo 20 años. Es una de las pocas sin techo, y más jóvenes, que se alojan en el albergue. Llevaba toda una vida en centros de acogida, hasta que sus suegros la cobijaron en casa. Hace un mes, sin embargo, la echaron.  «Soy paya y son sus leyes», se limita a explicar. Se irá a un piso con su novio y su hijo, de año y medio, pero, mientras, dice estar bien en el albergue. «Lo malo, que no hay ducha», se queja. «Por suerte, las chicas –reconoce Begoña– tenemos cama segura».

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