Los hechos se remontan a 1998. El condenado se había interesado por un coche, pero el banco le dijo que no le podía prestar el dinero.
Entonces, él recurrió a la mujer invidente, a la que compraba cupones de la ONCE con frecuencia, para comentarle el problema y le pidió «una firma de apoyo», a la cual accedió la ciega. Como él sabía que con esto no bastaba, dio el cambiazo a los papeles y le dio a firmar el préstamo sin avisarle.
Luego, le empezaron a llegar los recibos del banco y como no los pagaba, la entidad la demandó y se descubrió el pastel.
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