Unai Emery y el Sevilla, la horma y el zapato

El entrenador del Sevilla Unai Emery participa en un entrenamiento del equipo previo a la final de la Europa League contra el Dnipro.
El entrenador del Sevilla Unai Emery participa en un entrenamiento del equipo previo a la final de la Europa League contra el Dnipro.
EFE / BARTLOMIEJ ZBOROWSKI
El entrenador del Sevilla Unai Emery participa en un entrenamiento del equipo previo a la final de la Europa League contra el Dnipro.

Obsesivo, hilarante, metódico, apasionado, minucioso, locuaz, reflexivo y, sobre una innegable base de trabajo, siempre muy comprometido. Unai Emery, desde el banquillo, siempre acompañado de su inseparable Juan Carlos Carcedo, ha guiado al Sevilla hacia el trono continental de la Europa League. Jamás ningún club conquistó cuatro ediciones del segundo torneo europeo y el entrenador vasco ha firmado dos; y además, consecutivas. Muchas de las ofertas que llaman a su puerta se han cimentado por este camino. Y gracias a los mimbres suministrados por Monchi, otro hombre del fútbol y para el fútbol con el que se ha entendido a la perfección.

"Esta competición la queremos como nadie", dice el guipuzcoano en toda una admisión no ya de la ambición de reeditar el título, sino de la valoración que tiene en las oficinas del Sánchez Pizjuán y en las carnes propias de Emery. Porque los dos títulos de su palmarés como entrenador son, qué cosas, dos  Europa League. Un Emery cumplidor como pocos y al que señalaron por un supuesto perfil demasiado bajo en Valencia, donde durante cuatro campañas cumplió con los objetivos, gestionó ventas de estrellas, desplantes directivos y dilaciones para la renovación.

La aventura rusa que le ofreció en mayo de 2012 el Spartak de Moscú fue breve por los malos resultados. En noviembre fue despedido. Y en enero de 2013 convocado por el Sevilla para relevar a Míchel y reconducir una mala andadura liguera. Se mejoró, pero no lo suficiente y la novena plaza dejó al cuadro hispalense lejos de la zona Europa. La sanción al Málaga y los problemas burocráticos del Rayo le abrieron las puertas, empero, del Viejo Continente. Una puertas lejanas. Un arma de doble filo.

Pero desde la tercera ronda previa, en agosto, el Sevilla fue creciendo en la competición heredera de la UEFA que le había dado dos noches de gloria. Y quizás ese debut a alturas tan tempranas, ese sufrimiento en un derbi contra el Betis en los octavos o en las semifinales contra el Valencia, el exequipo de Emery, potenciaron ese idilio entre equipo y competición. Nunca fue fácil, pero siempre fue grande el disfrute. La defensa del título, esta campaña, mostró a un Emery mucho más asentado en la institución, con capacidad para imponer su criterio frente a apuestas de la casa (véase Deulofeu, del que dice que aún está falto de madurez; o la recuperación del argentino Éver Banega, más ofensivo) y con la facilidad para inculcarle una capacidad competitiva única. El Emery jugador en los campos de Segunda B, implementándole a su equipo un estilo ecléctico y adaptable a las circunstancias. El Sevilla, a su manera, en su competición, es un grande de Europa. Y Emery, su artífice. Un entrenador de Champions. Su padre, recientemente fallecido, estaría orgulloso.

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