Luis Algorri Periodista
OPINIÓN

Letizia, 1; Guillermo 0

La reina Letizia fue la jugadora número 12 de la selección en la final de Sídney.
La reina Letizia fue la jugadora número 12 de la selección en la final de Sídney.
EFE
La reina Letizia fue la jugadora número 12 de la selección en la final de Sídney.

Si la fallecida Isabel II de Inglaterra hubiese llegado a ver las imágenes de lo que pasó en Sídney en cuanto terminó la final del Mundial de Fútbol femenino, habría llamado a su nieto, Guillermo, príncipe de Gales, para darle de azotes en salva sea la parte. Y con la zapatilla.

La reina de España, con su hija menor (Sofía), el ministro de Cultura (Iceta) y el séquito habitual en estos casos se pegó una paliza de espanto (24 horas de vuelo, con tres escalas) para ir a animar a la selección nacional de fútbol femenino hasta la otra punta del mundo. Doña Letizia vistió un traje de chaqueta, dicen que de Hugo Boss, deliberada, premeditada, convicta y confesamente confeccionado en el color rojo exacto que lleva la camiseta de la selección.

Estaba (estaban las dos, madre e hija) nerviosas como una vara verde antes del partido. En el tiempo de juego se lo pasaron de lo lindo. Cuando Olga Carmona marcó el gol de la victoria, lo celebraron como cualquiera: con gritos y abrazos. Pero cuando terminó el encuentro se produjo lo nunca visto: la Reina y la infanta Sofía se escabulleron del palco y echaron a correr por el césped para abrazar a las campeonas. La reina se unió al grupo, alzó el trofeo y lo besó como la que más. Le regalaron una camiseta con su nombre y el número 12. Y ante el cántico de “que bote Letizia”, Letizia botó. Vaya si botó. Encantada de la vida.

Mientras tanto, el soso de Guillermo Windsor estaba en casa “por problemas de agenda”, quizá algún día sepamos cuáles. Se limitó a enviar un vídeo animando a sus jugadoras. Si estas llegan a ganar, se habrían encontrado con que ni un solo miembro de la familia real estaba allí. Ninguno. Ni siquiera le pidieron que fuese allí al tarambana de Harry, que se muere por salir en la tele.

En España ha habido tres tipos de reacciones. Los 'peñafieles' de la ortodoxia han rezongado diciendo que qué indignidad, que dónde se ha visto a unja reina botar como un hooligan, que qué vergüenza. Por la esquina contraria, sobre todo en los cenagales de twitter, ha sonado la monserga habitual de los republicanos profesionales: que cómo viven los Borbones, que quién ha pagado el privilegiado viaje, que si el dinero de nuestros impuestos, y tal y cual; lo de siempre, vamos. Y luego está la inmensa mayoría de la población, que se ha alegrado (nos hemos alegrado) muchísimo al ver cómo la Reina botaba, apoyaba con toda su alma a las chicas y al fútbol femenino, y daba una imagen absolutamente normal, natural, alegre, jubilosa y contemporánea de la institución y de nuestro país.

Y Guillermo en casa. Con la agenda.

La Corona británica es la mejor del mundo organizando coronaciones, funerales, solemnidades diversas y llenando las calles de elegantes soldaditos de colores. Pero si les digo la verdad, a estas alturas del siglo XXI, monarquía por monarquía, yo prefiero la nuestra. Mil veces. No hay nada como la naturalidad. Y qué bien botaba Letizia, caramba.

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