OPINIÓN

El fin del vacío veraniego: precaución

Jude Bellingham contra el Athletic Club ESPAÑA FÚTBOL LALIGA
Jude Bellingham contra el Athletic Club 
Javier Zorrilla
Jude Bellingham contra el Athletic Club ESPAÑA FÚTBOL LALIGA

El verano es una época extraña, a veces me pregunto si no será una estación extraterrestre que llegó aquí con oscuros propósitos. Uno empieza a sospechar que este periodo caluroso guarda misterios que no se despliegan a simple vista, secretos ocultos bajo la superficie resplandeciente. Sabemos, sí, del insomnio sudoroso de las noches iguales, del ruido festivo de los turistas tostados y de nuestro propio ruido (el de nuestros hijos y cuñados), pero pocas veces reparamos en el vacío que el verano abre en nuestros frágiles pechos. ¿A qué obedece? ¿Echamos de menos el trabajo cotidiano en la oficina o en casa? ¿Añoramos acaso las reuniones comunitarias de vecinos por la rotura de la bajante central? ¿A qué designio ultraterreno, que ni el frescor de las cañas o el tinto de verano logra combatir con eficacia, obedece ese vacío?

Y, entonces, vuelve la Liga y uno toma conciencia de que, Dios santo, ese vacío no era tan alienígena, sino que tenía que ver con la ausencia del fútbol en la pantalla de televisión (el Mundial de las chicas ha sido una metadona demasiado intermitente, que se ha dispensado gota a gota y de madrugada). Descubrimos que no somos víctimas de ninguna conspiración sideral y que tampoco necesitamos una receta de ansiolíticos, sino el retorno de los viernes, sábados y domingos repletos de partidos; qué horror, estamos perdidos.

El fútbol y los tertulianos de primera línea desaparecen con el verano y no se le da la importancia que merece a esta grave carencia vacacional. Días de pan con aceite y sol, pero el pan siempre ha combinado mejor con el circo. Sin tertulianos, las noticias pierden gravedad; sin tertulianos, no se puede detestar igual al presidente del Gobierno o al líder de la oposición. Y sin fútbol uno cree alegrarse de no soportar la tensión de los fines de semana, cuando sabe que el árbitro volverá a robar a tu equipo, pero se engaña: el corazón necesita de esa tensión y de esa ira, de ese hartazgo que en realidad es gozo. El fútbol y los tertulianos son el fentanilo de la sociedad (el opio y el pueblo ya no se estilan), por eso siempre he pensado que estos deberían cobrar tanto como los futbolistas.

Sin tertulianos, no se puede detestar igual al presidente o al líder de la oposición

Cuando era chaval quise, como tantos otros, ser futbolista porque intuía que en el manejo del balón había más verdad que en el manejo de las palabras. Cuando el Buitre metía los goles después de pararse ante el defensa rival, y luego noquearlo con un regate, sentía que esa vibración puramente emocional era única y superior al poder de lo narrativo. Era una vibración inefable, que en realidad solo se podía expresar si uno intentaba emular a su autor.

No. Las palabras y la emoción del fútbol solo casan bien en las narraciones argentinas. Por eso, cuando se trata de fútbol, yo prefiero las tertulias de televisión frías, quirúrgicas, en las que se analiza el juego como si fuera ajedrez y con un lenguaje técnico propio de la ciencia (Axel Torres, Segurola, Álvaro Benito...), tertulias en las que la emoción se deja de lado como una excrecencia para público embrutecido por el amor a unos colores. Y es que, en torno al fútbol, las mejores palabras las dijo Boskov: "Fútbol es fútbol". O sea, que Boskov no dijo nada, y por eso su frase ha pasado a los anales del balompié.

Pero la política sí necesita de las palabras, pues es un campo de batalla frío, casi gélido, al que solo los tertulianos pueden infundir emoción. Sin ellos, hasta la elección de Francina Armengol para presidir la mesa del Congreso habría sido el más aburrido acto administrativo que uno pueda imaginar, pero con ellos todo cobra sentido, un sentido descomunal. Y, entonces, la política palpita, apasiona y seduce, y hasta puede llevarnos a la perdición o a la pelea con el cuñado, con el amigo, con la pareja, con el hermano... Precaución, por tanto, con los tertulianos de radio y televisión. Algunos son muy buenos. Y la temporada promete ser muy emocionante.

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