Roberto Sotomayor Candidato de Podemos a la Alcaldía de Madrid.
OPINIÓN

Qatar: blanquear una vergüenza

Uno de los estadios de Qatar 2022.
Uno de los estadios de Qatar 2022.
EFE
Uno de los estadios de Qatar 2022.

Recuerdo aquella final del Mundial de fútbol de 1990 con mucha nostalgia. La Alemania de uno de mis jugadores favoritos, Jürgen Klinsmann, frente a la Argentina de Maradona. Recuerdo estar dividido porque quería que ganaran los dos. Esos jugadores, ese fútbol era especial. Finalmente, como muchos de ustedes sabrán, ganó Alemania con un gol de Andreas Brehme en el minuto 85. Fue un partidazo. De esos que se nos quedan en la retina durante décadas. Cuántas finales y cuántos partidos he vibrado durante estos últimos años. A veces con alegrías, como en Sudáfrica. A veces con decepciones, como aquel inolvidable codazo de Tassotti y la ocasión desperdiciada de Salinas, o el penalti errado de Raúl, o el gol de Alfonso en el minuto 94 ante Yugoslavia. ¡Qué tiempos!

Me encanta el fútbol. Me ha encantado siempre. Aquellas reuniones con amigos y amigas en un bar, o en una casa. Cervezas, emociones, la piel de gallina. El gol y los abrazos. O el gol y las lágrimas. Así es el deporte.

Hace unos meses, el diario The Guardian cifró en 6.500 las personas que murieron trabajando en las diferentes construcciones del Mundial de Qatar de 2022. Muertes producto de las condiciones inhumanas y deplorables a las que estas personas eran sometidas: jornadas laborales interminables con temperaturas rayando los 50 grados, escasas medidas de seguridad, apenas días de descanso y constantes amenazas de deportación si no aceptaban estas imposiciones esclavistas. Si a ello le sumamos una existencia precaria en infraviviendas, tenemos como resultado una tragedia humanitaria silenciada por la FIFA y normalizada por varias federaciones de fútbol nacionales. Un escándalo sin precedentes en el mundo deportivo, banalizado por una estructura de poder que ha manchado un deporte tan maravilloso como es el fútbol.

Qatar, uno de los países con la renta per cápita más alta del mundo, se atrevió a negar la realidad de unas cifras absolutamente obscenas. Amnistía Internacional pudo comprobar también numerosos certificados de defunción de trabajadores migrantes (en su mayoría de Nepal, Bangladesh, Kenia e India) entre los 30 y los 40 años. En todos ellos consta: "muerte por causas naturales" o "insuficiencia cardiaca". Es imposible tanta maldad acumulada.

La FIFA ha llevado el Mundial a un país donde los trabajadores migrantes tienen prohibido formar sindicatos o afiliarse a ellos. Donde, en virtud del sistema de tutela masculina, las mujeres continúan subordinadas a su tutor varón, habitualmente su padre o un hermano, abuelo o tío o, para quienes estén casadas, su esposo. Un país donde todavía necesitan el permiso de su tutor para tomar decisiones vitales como casarse o no, estudiar en el extranjero con becas públicas, trabajar en puestos del gobierno, o recibir algunos servicios de salud reproductiva. Ese país es Qatar y la FIFA lo ha elegido para albergar el Mundial. Sin ningún pudor, a la vista de todo el mundo, para que quede claro quién manda y lo poco que valen los derechos humanos o los principios elementales de igualdad. ¿En serio no había otro lugar dónde celebrarlo? Da vergüenza ajena.

En Qatar, el Código Penal sigue tipificando las relaciones homosexuales entre hombres como un delito, punible con hasta siete años de prisión. El Mundial de la FIFA se va a celebrar allí, con esas condiciones. Es verdaderamente un insulto a la coherencia y la sensatez. Y un bofetón a los derechos humanos. El mensaje que se está lanzando es que por un puñado de dólares, los derechos básicos se pueden mandar al contenedor de basura. Es un escándalo.

El propio portavoz del evento, Nasser Al-Khater, anunció hace unas semanas que portar banderas LGTBI durante el Mundial podría ser castigado con penas de hasta once años de prisión. Once años. La FIFA ha permitido esto. Cuánta indecencia. El mensaje que están lanzando es que discriminar, censurar y castigar la diversidad está bien. Además, da total impunidad a los discursos del odio. El deporte, el fútbol, no puede permitirse este retroceso en un momento en el que este tipo de discursos está calando en los jóvenes. Es un drama.

Selecciones como la francesa, la alemana, la inglesa o la neerlandesa ya han confirmado que sus capitanes llevarán el brazalete arcoíris como muestra de apoyo al colectivo LGTBIQ+. En cuanto a la española, no se ha posicionado en este sentido. Esto, sumado a los escándalos casi constantes del señor Rubiales, hacen que tenga poco que esperar de una institución como la RFEF. El bochorno es cada día más insoportable.

Hay, en cambio, una parte de nuestra sociedad que ha dicho basta. Que se ha plantado ante este Mundial. Voces disonantes de personajes públicos que han comenzado a viralizarse. Famosos que no se identifican con la celebración de este evento en Qatar. Ibai Llanos, en un gesto de dignidad y compromiso, rompió su silencio hace varios días. Algo se está moviendo, porque algo está cambiando. No todo vale con tal de hacer negocio. No vale lavarle la cara a un régimen donde no existen unos derechos mínimos, vendiéndole el Mundial. El deporte es otra cosa. Que se guarden las monedas esos traidores al espíritu deportivo. No las queremos.

Qué lejos quedan aquellos años de Mundiales emocionantes. Hoy no siento ni un ápice de ganas de ver este Mundial, empañado por políticos, directivos y dirigentes que se han convertido en meras comparsas del peor régimen al que se podía haber llevado la competición. Porque por encima del fútbol, de cualquier espectáculo deportivo por atractivo que sea, está el respeto a los derechos humanos. Qué mejor lección para las futuras generaciones, para construir un mundo más amable, que no someterse a los dólares ni a los regímenes que castigan con la muerte a las minorías y a los más vulnerables.

Hay más de 6.500 razones para no ver este Mundial. Y por primera vez, no veré por televisión el evento. No colaboraré con este espectáculo dantesco impropio de los tiempos que nos ha tocado vivir. Defender los principios básicos de la tolerancia, de la libertad de expresión, de los derechos humanos está por encima de cualquier cosa. Incluido un gol de Brehme en el minuto 85 de una final

Mostrar comentarios

Códigos Descuento