Miss Sally Mapstone, a la sazón directora de la Universidad escocesa de Saint Andrews, afirmó nada menos que "Clara (Ponsatí) es una estimada colega y estamos comprometidos a protegerla; en las circunstancias actuales, creemos que se puede defender legítimamente que Clara está siendo atacada por defender sus creencias políticas". Ahí queda eso.

Por otra parte un ex ministro esloveno de nombre Ivo Vajgl espera que Alemania no se plantee "ni siquiera la posibilidad" de extraditar a Carles Puigdemont... "no puedo ni imaginarme que Alemania retroceda en su moral y sus estándares políticos extraditando a alguien que es buscado en otro país de la Unión Europea por sus ideas políticas".

Frente a estas afirmaciones tienen que salir grupos de catedráticos e intelectuales desmontando lo que se ha dado en llamar el "relato" que los indepes han hecho del sufrimiento, persecución y muerte de una historia de Cataluña que nunca existió, de un referéndum ilegal y sin ninguna garantía y de una república non nata, unilateral e imposible. Pero se quedan solos.

Es verdad que los políticos soberanistas catalanes se han gastado una pasta del dinero de todos abriendo embajadas y pagando a voceros, pero también es verdad que la dejación del Gobierno de Rajoy ha dejado crecer el dichoso relato no sólo renunciando incompresiblemente a contar la verdad con toda la fuerza que puede tener un estado democrático sino alimentando medroso la insaciable voracidad de los nacionalismos con presupuestos y renuncias –en la educación y en el lenguaje por ejemplo- que ha desembocado en esta cuesta abajo que no se acaba ni con el 155.

Puede parecer gracioso que sea la extrema derecha europea la que más apoya la independencia de Cataluña y anecdótico lo que dice Miss Sally y un ex ministro esloveno. Puede. Pero no lo es. Algo ha fallado estrepitosamente y desde hace mucho tiempo en la política exterior e interior del reino de España: la comunicación de la realidad y la permisividad ante tantos excesos como se han venido produciendo (y siguen).

Pero ni el PSOE ni el PP, cuando pudieron, pusieron freno a los desmanes, al contrario: unos y otros para mantenerse en el poder unas veces y para "tener la fiesta en paz" otras, han ido transigiendo y aceptando lo que nunca se debió ni transigir ni aceptar: ni libros de Historia mentirosos, ni rotulaciones obligadas de comercios, ni imposibilidad de elección de educación en español dentro de España.

Pero todo valía no para que Cataluña estuviera contenta sino para que los votos de los políticos nacionalistas catalanes sostuvieran el Gobierno del estado. Así nos ha ido a todos y a los catalanes los primeros que siguen enfrascados en una dialéctica absurda mientras esperan soluciones la sanidad, el paro o la educación. Y, mientras, los "pacíficos" comandos republicanos alentando cada vez más la violencia.