El portazo británico hace caer una sombra sobre nosotros. Se nos viene encima una larga temporada de reacción. Literalmente: ideas políticas que reivindican un estadio de la historia ya superado. El péndulo está girando violentamente y cada golpe, cada nueva frontera, encanija la comunidad democrática que es la UE e inflama el espíritu nacional; debilita la ciudadanía y fortalece la tribu. Pájaros de mal agüero.

Ojo a la paradoja: los reaccionarios se presentan como adalides del cambio. Gentes como Boris Johnson, Nigel Farage o Marine Le Pen, prometen un nuevo esplendor nacionalista. Ese futuro se ubica en el siglo XIX, atentos al tamaño de su estafa.

Este tiempo sombrío se basa en una gran mentira, porque cuando la historia dobla una esquina no es posible volver atrás. Metternich quiso en 1815 que el Antiguo Régimen volviera a tomar el control, que los europeos olvidaran esas zarandajas de la democracia y los derechos ciudadanos, pero no lo consiguió. La historia avanza siempre, y lo único que consiguen quienes se resisten a ello es hacernos sufrir.

El populismo reaccionario va a doler. Y frente a él, vamos a necesitar a todos los que crean en Europa y no estén demasiado carcomidos por la burocracia. Líderes que no planteen Europa como una resignada alternativa mercantil, sino como el más ambicioso sueño de democracia, libertad y derechos humanos que existe hoy en el mundo. Vamos a tener que luchar.