Aprendizaje Basado en Problemas: motivación, responsabilidad y compromiso

  • El ABP consiste en plantear un problema de la vida real y dejar que los alumnos pongan en marcha las estrategias necesarias para resolverlo.
  • Usarán para ello sus conocimientos, investigaciones, reflexiones y análisis.
Un profesor da clase a su alumnos en un instituto madrileño.
Un profesor da clase a su alumnos en un instituto madrileño.
JORGE PARÍS
Un profesor da clase a su alumnos en un instituto madrileño.

El Aprendizaje Basado en Problemas (ABP), o Problem-Based Learning, forma parte de las nuevas metodologías que llegan a las aulas españolas. Una introducción lenta, reconocen los expertos, pero que abre paso a un trabajo que potencia la responsabilidad, la motivación y el compromiso en los alumnos. El ABP consiste en plantear un problema de la vida real a los alumnos y dejar que ellos mismos pongan en marcha las estrategias necesarias para resolverlo, a partir de sus conocimientos, reformulaciones, investigaciones, reflexiones y análisis, señala la plataforma de servicios educativos aulaPlaneta.

Antes, el docente debe definir los objetivos de aprendizaje y las competencias que quiere alcanzar con los alumnos. “Es una metodología alternativa al método de las ‘3E’, es decir, explicación-estudio-examen, y su objetivo primordial no es resolver el problema sino que el problema sea la forma de conseguir los objetivos de aprendizaje. De aprender a resolver problemas se pasa a aprender de los problemas”, precisa por su parte Senador Pallero, maestro, pedagogo y director honorífico de Mente Colectiva. Los problemas en torno a los cuales gira el aprendizaje deben ser “interesantes, sencillos, descriptivos, claros, motivadores, actuales, vinculados a su mundo”, mientras que el papel del profesor debe ser el de un “facilitador, proveedor de recursos, incentivador, director de escena, acompañante, provocador y orientador”.

En este sentido, Pallero puntualiza que los docentes deben “desaprender lo que eran y aprender lo que necesitan sus alumnos que sean” y, a partir de ahí, “valorar y potenciar las relaciones interpersonales, destacar fortalezas, mandar mensajes de competencia individual y grupal, dar ‘feedback’ continuado a los equipos y a sus miembros y practicar la escucha activa, preguntar, hacer pensar, elogiar, aceptar su heterogeneidad y diversidad”. Los estudiantes son los protagonistas, “los que deciden, controlan y hacen”.

Cambio de papeles

“El que tiene que trabajar es el alumno, no el profesor”, asegura el director de la Escuela de Ingeniería y Tecnología de la UNIR, Rubén González, que define el papel de los docentes como “el de director de una orquesta en la que todos los miembros están implicados y motivados, a los que se dan responsabilidades para que busquen aplicaciones reales a los problemas… y los resultados son óptimos”.

¿Cómo trabajan los estudiantes en las aulas? “En pequeños grupos, se mueven con libertad, se comunican con los diferentes equipos, no hay competitividad, manejan materiales diversos además de su libro de texto, las tablets echan humo, se habla mucho, se consulta al profesor, cada uno sabe lo que tiene que hacer”, relata Senador Pallero. El coordinador –señala– "se ocupa de la marcha general del trabajo, el secretario escribe, apunta, resume y propone, el relaciones públicas contacta con los grupos y con el profesor y el de mantenimiento vigila las condiciones materiales y provee de material para conseguir los objetivos que se han planteado”.

A pesar de la experiencia en otros países europeos con esta metodología aplicable a todas las etapas de la enseñanza, en España su introducción es todavía lenta, “primero, porque hay mucho reactivo cultural al cambio, y para innovar en el aula es necesaria una cultura que lo apoye”, explica Rubén González, “y luego se necesita capacidad y recursos para hacer las cosas, además de la formación adecuada de los docentes para enseñar y conseguir los objetivos”.

Ventajas y obstáculos

Sin embargo, hay referentes europeos como la Universidad pública de Maastricht (Países Bajos), que fundamenta toda su metodología en el ABP, “y hace muchos años que la facultad de Medicina lo utiliza como metodología que ha desplazado al 100% a las lecciones magistrales”, señala Senador Pallero, quien lamenta que “en España se comienza ilusionadamente en Escuela Infantil, decae en Primaria, se bloquea en Secundaria, se obvia en Bachillerato y resurge en determinadas universidades y se instala en las empresas”.

Entre sus ventajas, el maestro y pedagogo indica que potencia la responsabilidad, motivación y compromiso; el desarrollo cognitivo, por la práctica de hacer preguntas, tomar decisiones y resolver problemas, “aprenden a aprender y enseña la colaboración con los otros, se trabaja la interdisciplinariedad y globalización, involucra a las familias y orienta a una producción concreta y real”. Y añade que “prepara para la vida, mejora de habilidades sociales, facilita la comunicación, desarrolla el espíritu crítico, mejora la autoestima, se aprende a hacer, y mentaliza que los problemas son pasos a dar”.

Junto a las limitaciones institucionales, académicas, logísticas y psicológicas, los principales obstáculos son, por el contrario, que “exige rigor, dedicación, búsqueda de calidad, esfuerzo y cooperación”, además de que “puede sobrepasar las posibilidades de muchos alumnos y provocar ansiedad, y de que la cooperación interdisciplinar es difícil de lograr entre el profesorado”, sugiere.

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