RAFAEL MATESANZ. EXDIRECTOR DE LA ORGANIZACIÓN NACIONAL DE TRASPLANTES
OPINIÓN

¿Congelados como Walt Disney?

Rafael Matesanz
Rafael Matesanz
JORGE PARÍS
Rafael Matesanz

Se ha celebrado recientemente en Madrid un curioso simposium sobre criogenización y longevidad, que como era de esperar ha tenido una notable repercusión mediática, algo que probablemente era lo que perseguían sus organizadores. Llama la atención que una reunión celebrada en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), se supone que el templo de la investigación, y presentado por altos responsables del Ministerio de Sanidad, aunara la presencia de algunos de los grandes de la ciencia española junto con promotores y empresas encargadas de una de las técnicas más controvertidas, a caballo entre la medicina y la ciencia ficción: la criogenización.

La criogenización es una técnica por la que se somete a una persona (o animal) a condiciones de frío intenso con objeto de preservar su cuerpo para hipotéticamente ser reanimado en el futuro. En realidad, es una extrapolación de algo que se hace ya en la práctica clínica desde hace bastante: la criopreservación de células o tejidos, mantenidos en frío hasta el momento de ser utilizados para trasplante (arterias, venas, válvulas cardiacas, huesos, células madre de cordón umbilical…) o con fines reproductivos (ovarios, óvulos, esperma…). Son técnicas rutinarias en la medicina moderna sin controversias técnicas, aunque en la medicina reproductiva, los problemas éticos y legales, por ejemplo al usar células de personas fallecidas, pueden dar para escribir libros enteros.

En términos retóricos, se llama sinécdoque al hecho de tomar el todo por la parte: de la exposición en el simposium de ejemplos de estas técnicas se saltó a la conservación de personas completas con enfermedades incurables, criogenizadas sine die hasta que teóricamente la tecnología avance lo suficiente primero para reanimarles y tratar la enfermedad que le llevó a la muerte y a tomar la decisión de requerir estos servicios. Lo que en teoría hizo el creador del pato Donald.

Unos servicios que ofrecen empresas por el módico precio de 200.000 dólares si se trata del cuerpo entero y una tarifa más económica de 80.000 dólares si tan solo se congela la cabeza a la espera de un futuro cuerpo en condiciones. Tan poco seguros están de que todo el proceso funcione para los 1130 clientes que han captado hasta ahora (hagan números por favor), que la empresa radicada en Arizona les recomienda que se vayan allí a pasar sus últimos días, no vaya a ser que la extracción del cerebro, la congelación de éste o de todo el cuerpo y el transporte del cadáver hasta USA, trámites aduaneros incluidos, haga el proceso mucho más imposible que lo que ya es. Hay una opción más modesta en Rusia por 36.000 y 18.000 dólares, que hasta ahora ha criopreservado 52 cadáveres y 21 mascotas, pues hay quien paga para conservar a su perro o a su gato (un ejemplo más de que hay gente para todo).

El proceso entero es un puro delirio: para empezar cuando se produce la criopreservación, el enfermo puede estar ya muerto (en cuyo caso, la vuelta a la vida, dicen que la consiguió Lázaro y nadie más que se sepa) o bien puede que aún no haya fallecido, en cuyo caso la criogenización representa la muerte segura puesto que jamás un cerebro ni mucho menos un animal o persona completa se ha podido descongelar sin daño irreversible: si todavía no está muerto lo estará con seguridad. Una indudable ventaja para el negocio es que difícilmente se van a quejar los clientes.

El probablemente más brillante científico español, Juan Carlos Izpisúa, que intervino en el simposio hablando del envejecimiento, algo que no tiene nada que ver con todo esto, visiblemente molesto cuando le preguntaron por su presencia allí, definió la criogenia como "congelar un filete putrefacto". Sin comentarios.

Ah, y lo de la criogenización de Walt Disney, parece que no es más que una leyenda urbana. Muerto de un cáncer de pulmón su cuerpo fue incinerado.

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