Chenoa comenzó la pasada semana tristona. Al principio no lo dijo, pero se le notaba en el Facebook. Había contado que el lunes salió de incógnito a recorrer las calles de Madrid. Que se había sentado después en una terraza para observar el trajín de la ciudad mientras se enfriaba su café. Que no pudo hacer fotos –había desempolvado con ilusión la cámara analógica de su adolescencia, ya fantaseaba con exponer algún día las instantáneas que haría durante sus paseos y sus conciertos, cuando se dio cuenta de que la máquina no funcionaba-.
No reveló si entonces se sintió un poco sola. O si envidió a esos viandantes que se deslizaban por la acera de forma acompasada, compartiendo charlas, horarios, rutinas. Luego, por lo noche, se recostó en el sofá mientras veía en la tele la película Tocar el cielo. Se trataba de una "tragicomedia romántica con más buenas intenciones que resultados", había resumido un crítico. A ella le impactó en el corazón. Se le cayeron, al fin, las lágrimas. Corrió a su red social favorita en busca de calor: "Llevo unos días raritos …de bajón…". Al minuto, un centenar de muestras de cariño consolaban el muro chenoísta. Ahí estaba Montse B.R: “Eres nuestra reina"; Carmen S.: "Eres un amor de persona y una profesional como la copa de un pino"; Laura: "Te lo mereces todo". Orgullosa, Chenoa escribiría aún su último mensaje antes de acostarse: "Esta es la manera que un artista tiene de demostrar que también es persona".
De las dos, es la artista quien entra con firmeza en periódicos y estudios de televisión haciendo repiquetear sus tacones hasta que la recepcionista levanta la vista y responde a su sonrisa. Probablemente, la salude, entonces, como a una amiga. La llame "cariño" o, incluso, se interese por su trabajo. A continuación, acentuará el desparpajo para atravesar como una exhalación un campo de mesas mientras menea las caderas latinas. Quizá gire a un lado y a otro sopesando la atención de los empleados. Si es preciso, se detendrá unos segundos para combatir el magnetismo de sus ordenadores y elevará la voz: "Hola chicos, ¿cómo estáis?". No se dirigirá hacia la otra sala hasta conquistarles con una broma o un guiño travieso. Súper simpática. Su máxima es no abandonar el campo de batalla antes de ganarse al público, aunque se trate de uno más adulto e inexpresivo de lo habitual.
Más chula que un ocho
En las entrevistas, ensancha la sonrisa. Asegura, divertida, que es más chula que un ocho: "Al que le guste, bien; al que no, andando". Mira con picardía a Buenafuente (¿está el presentador cohibido?) y afirma que suele ser ella quien entra a los chicos y que nunca la han rechazado.
Únicamente si se le pregunta por su vida sentimental se pone seria. Reconoce que no ha tenido éxito en ese campo, pero pronto se repone: "Me gusta la soledad, sólo hay que saberla mirar desde un ángulo bonito".
Las espinitas del amor
La última vez que a Chenoa le preguntaron por David Bisbal logró recomponer el gesto a tiempo para responder que aquel ex triunfito había sido "uno más" en su lista de romances. Al fin y al cabo ya han pasado cinco años desde que entendió que la relación con el cantante de rizos dorados había terminado. La ruptura, eso sí, la pilló por sorpresa y cuando bajó un día de 2005 a la calle, justo después de escuchar a Bisbal afirmar en televisión que ya no estaban juntos, no pudo reprimir las lágrimas.
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