Dando pinceladas impresionistas, Max Beckmann (1884-1950) se retrata en 1907 en Florencia con traje y corbata, con una mirada incisiva tamizada por colores apagados y por el paisaje natural que se ve tras la ventana. Ya en Berlín, en 1919, otro autorretrato atestigua un cambio de gesto. Entre astuto y divertido, sujeta una copa de champán y bebe en un salón o cabaret. Al fondo se ve a medias la mueca burlona de un hombre con gafas, entusiasmado seguramente por alguna escena pícara o perversa que se oculta al espectador.

"Max Beckmann es el nuevo Berlín", escribía en 1924 el historiador del arte Julius Meier-Graefe. El artista, en buena parte impulsado por la ciudad, inició un viaje creativo que lo llevó a ser uno de los protagonistas indiscutibles del arte moderno alemán. Asociado siempre con el expresionismo, no se identificó con esta corriente de vanguardia sino con la nueva objetividad, un movimiento que aunaba realismo y sátira social. Berlín en los años veinte ofrecía sordidez y voluptuosidad a partes iguales, era un escenario de posguerra aderezado con una desbordante e inesperada actividad cultural.

Celebrando su 40 aniversario, la Berlinische Galerie —promotora del arte, la fotografía y la arquitectura de la capital de Alemania— organiza la mayor exposición berlinesa dedicada por entero al artista en los últimos 30 años. Max Beckmann und Berlin (Max Beckmann y Berlín), en cartel hasta el 15 de febrero, es la primera muestra en examinar el papel decisivo de la ciudad en la vida y obra del autor.

El centro exhibe medio centenar de obras creadas entre 1905 y 1936, asociadas temáticamente o expuestas en la escena artística de la ciudad. Con ellas hay una selección de piezas de autores coetáneos como Franz Marc, Ernst Ludwig Kirchner, Max Liebermann o Edvard Munch.

Su primer trabajo berlinés fue Hombres jóvenes en el mar (1906), que aún cercano al impresionismo de sus inicios llamó la atención del público y de los críticos, consiguiendo el mecenazgo del director del Museo de Weimar, Harry Graf Kessler.

Mucho cambió el estilo de Beckmann tras la I Guerra Mundial, en la que participó como asistente médico y que le provocó una fuerte crisis nerviosa en 1915 por la que tuvo que ser enviado a casa. En la serie de litografías El infierno —1918/19— afloran los demonios de esa primera guerra que perdió Alemania, unidos a la inestabilidad y las revoluciones que tuvieron lugar en Berlín tras el conflicto.

Entre las piezas destacadas las hay poco conocidas como las de la colección Viaje berlinés 1922 —un comentario visual sobre el ambiente lúdico y desvergonzado de la metrópolis— y populares como Autorretrato con copa de vino espumoso (1919) o Quappi con papagayo (1936), con su segunda mujer (Mathilde) como modelo, pintado poco antes de que el matrimonio se exiliara a Ámsterdam.

Los éxitos se sucedían en la carrera de Beckmann en 1933, cuando el director de la Galería Nacional de Berlín dedicó a sus pinturas una gran sala del Nuevo Departamento de la institución. Aquel año, en enero, Hitler subía al poder y ya en verano el arte de Beckmann fue clasificado como "degenerado", es decir, prohibido y denostado por ser contrario a los ideales nazis. Acorralado e incluido en una lista negra, emigró a Holanda en 1937 para no volver nunca más a su país natal.