Cuando Otto Dix demostró que la realidad es una caricatura

  • Una exposición reúne obras del pintor alemán y de otros autores de la 'Nueva objetividad', popular durante los años veinte del siglo pasado.
  • El movimiento apostaba por un realismo sórdido y frío que se contraponía al sentimiento desbocado y al estilo radical del expresionismo.
  • Dix era un testigo imparcial en sus cuadros, desvelaba la miseria social y las secuelas de la I Guerra Mundial con naturalidad y sin tomar partido.
'El salón' (1921), una de las obras de Otto Dix incluidas en la exposición
'El salón' (1921), una de las obras de Otto Dix incluidas en la exposición
Otto Dix - © VG Bild-Kunst, Bonn 2012 - Foto: Uwe H. Seyl
'El salón' (1921), una de las obras de Otto Dix incluidas en la exposición

Con un retrato sórdido de la realidad, Otto Dix cultivaba la figuración más exquisita y al mismo tiempo imprimía su carácter en cada obra. Rechazaba la pasión desmedida y la abstracción del expresionismo: para el pintor alemán, la frialdad era un arma poderosa.

Al contrario que los cuadros del demoledor Georg Grosz, los de Dix no eran una llamada a la acción ni una amonestación a los políticos. El artista —que se describía a sí mismo como apolítico— se esmeró en retratar, como un testigo imparcial, la I Guerra Mundial, sus secuelas y la miseria social derivada de la crisis económica durante la República de Weimar. Esa caricatura realista fue el comienzo de la Neue Sachlichkeit (Nueva objetividad), de la que fue una de las figuras principales.

Otto Dix und die Neue Sachlichkeit (Otto Dix y la Nueva Objetividad), en el Kunstmuseum de Stuttgart (Alemania) hasta el 7 de abril, repasa en 120 obras el fenómeno de reacción contra los excesos del expresionismo con una gran colección de trabajos del pintor y de artistas coetáneos como Christian Schad, Georg Grosz, Rudolf Schlichter, Georg Scholz y Franz Radziwill.

Pesadillas con tintes de fascinación

Fue un movimiento efímero que se pervirtió con la llegada de Hitler al poder en 1933. Dix no proponía un canto de las alabanzas germánicas ni un retroceso decimonónico a la figuración más rancia, como terminó haciendo el artista nazi Werner Peiner. Aunque aséptico en el tratamiento, el poder de las imágenes de la Nueva objetividad también fue tachado de Arte degenerado por el nacionalsocialismo, era incómodo y contenía la mirada turbadora opuesta a la grandeza obligatoria que perseguía el régimen hitleriano.

La exposición reúne algunas de las pinturas más célebres de Dix, como el tríptico Grossstadt (1928) —una visión tan esplendorosa como decadente del exceso en los años veinte— o las radicales obras relativas a su experiencia como soldado en la I Guerra Mundial, escenas de pesadilla (con contradictorios tintes de fascinación) que prohibió la dictadura nazi por considerarlas un "sabotaje militar".

Los retratos fueron siempre su manera de desenmascarar la perversión humana y lo situaron en una contradictoria posición  de éxito. La visión de Dix de los personajes nocturnos de dudosa reputación tuvo tanto reconocimiento en la década de los años veinte que pronto hubo ciudadanos de clase media que, a cambio de una generosa suma de dinero, también querían ser retratados por el artista. La muestra es una oportunidad para ver algunos de los mejores cuadros de este género que cultivó con esmero.

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