Secuestros, torturas, violaciones y muerte: el drama de los niños refugiados en su viaje a Europa

  • Más de un millón de refugiados e inmigrantes han llegado a Europa en 2015, según ACNUR y la Organización Internacional para las Migraciones.
  • Más del 25% del total de llegadas son menores, y muchos de ellos viajan solos.
  • ACNUR y Save The Children denuncian las situaciones de abuso y explotación a la que se exponen, sobre todo por parte de las mafias.
  • Feben, eritrea de 16 años: "Dijeron que nos dispararían si no pagábamos".
  • Yusuf, de 17: "Bebíamos agua con petróleo... Varios murieron de hambre y sed".
  • Más, de 3.600 personas han muerto en 2015 mientras atravesaban el Mediterráneo, y caso 800 eran niños.
Más de un millón refugiados e inmigrantes han llegado a Grecia en 2015, la mitad de ellos son niños.
Más de un millón refugiados e inmigrantes han llegado a Grecia en 2015, la mitad de ellos son niños.
Pedro Armestre / SAVE THE CHILDREN
Más de un millón refugiados e inmigrantes han llegado a Grecia en 2015, la mitad de ellos son niños.

Cruzar un río lleno de caimanes metidas dentro de un barril de plástico, tirando la una de la otra con una cuerda, no fue la peor parte de su odisea. Feben, una adolescente eritrea de 16 años y su hermana Lem, de 17, pasaron por trances mucho peores en sus largos meses de viaje desesperado para huir de su país y llegar a Europa.

Después de varios días caminado, los traficantes las montaron en un coche cerca de la frontera con Sudán y las llevaron a la capital, Jartum, donde les exigieron 1400 dólares a cada una. Un hermano que reside en Reino Unido les envió el dinero. Lo siguiente fue un camión rumbo a Libia, en el que pasaron una semana a través del desierto de Bengasi. Allí fueron vendidas a traficantes libios por 1700 dolares cada una. "Nos dijeron que nos torturarían antes de dispararnos si no pagábamos. Nuestro hermano ya no tenía más dinero, así que hizo una colecta entre sus amigos para salvar nuestras vidas", cuenta Feben a los trabajadores de Save The Children.

Aún tuvieron que pagar otros 1.800 por cabeza para emprender la parte más peligrosa del viaje: la travesía por mar. Tras un mes de espera en una fábrica abandonada en las afueras de Trípoli se subieron a una barcaza maltrecha con 340 personas a bordo, pero el motor no tardó ni tres horas en romperse. Fueron días de gritos y desesperación. "Los hombres estaban en la parte de abajo, y las mujeres estábamos en la cubierta, pasamos mucho frío. Cada día esperábamos la muerte. Rezamos, nos confesamos... es lo único que podíamos hacer", explica.

Feben y Lem tuvieron suerte. Unos pescadores tunecinos oyeron los gritos de auxilio y les remolcaron durante 24 horas, hasta que fueron rescatados por un barco italiano y dieron con sus huesos en la isla de Lampedusa. Pero no todos los menores refugiados e inmigrantes son tan afortunados en su desplazamiento hacia Europa. De las 3.600 personas que han muerto en el mar en lo que va de año mientras intentaban llegar a territorio europeo, casi 800 eran niños. Y no paran de aumentar. Imágenes como las de Aylan Kurdi, aquel pequeño de tres años que yacía ahogado de bruces en la costa turca y cuya foto conmocionó al mundo, se siguen sucediendo a diario.

Pero los que tienen la suerte de conservar la vida tampoco lo tienen fácil. De las más de un millon de personas que han llegado a Europa en 2015 huyendo de la violencia, la persecución o la pobreza, más del 25% son menores, según el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Son las presas más fáciles, los más vulnerables, el eslabón más débil de la cadena. Carne de cañón. Sobre todos los que viajan solos, sin compañía de ningún familiar. La mayoría de ellos son varones entre 14 y 17 años y proceden de Siria, Afganistán y Eritrea, aunque el porcentaje de niñas se está incrementando.

Estos menores no acompañados se exponen a mayores riesgos de sufrir abusos y explotación debido a la situación de desprotección en la que se encuentran al no contar con el cuidado de sus familias.ACNUR y Save the Children han recibido informes sobre violencia y abusos sexuales, especialmente en centros de acogida atestados, o en otros muchos lugares donde los refugiados e inmigrantes se congregan, como parques, estaciones de tren o carreteras.

"Tenemos noticia de casos en todos los países de tránsito", afirman desde Save The Children. Michela Ranieri, portavoz de la organización que acaba de pasar una semana en la isla de griega de Lesbos, afirma que lo primero de lo que tuvo noticia nada más llegar fue la violación de un niño refugiado en un parque de Atenas donde había un campamento informal. "Están desprotegidos, muchos no hablan el idioma, son los más vulnerables a sufrir secuestros y todo tipo de abusos", afirma.

Muertes por hipotermia

Ahora, además, tienen que lidiar con otro temible ingrediente: el invierno. "Tres semanas antes de nuestra llegada a Lesbos tres niños murieron de hipotermia", se lamenta Ranieri. "Llegan constantemente, hacinados en barcos y lanchas de goma, a veces de madera, muchas veces semihundidas. Los niños más pequeños llegan muy asustados, paralizados por el miedo, empapados y temblando. En el caos de las llegadas se producen separaciones de sus familias y entran en pánico. Muchos no pueden ni hablar, no reaccionan", explica. Y luego, en los campos de refugiados, a veces las cosas no mejoran mucho. "Las instalaciones no están equipadas para estas temperaturas. Además son campos abiertos, puede entrar cualquiera, y en el caso de menores solos es muy peligroso".

Yusuf, un adolescente palestino que huyó de Gaza cuando estálló el conflicto de julio de 2014, sabe bien lo que es hacer solo ese peregrinaje de deseperación. "Dejé Gaza porque no podía caminar 200 metros sin saber si una bomba caería sobre mí. Todo era muerte a mi alrededor, y yo quería vida. Una nueva vida y poder ir al colegio... Solo sé escribir mi nombre", cuenta. Yusuf se fue con su mejor amigo con la vista puesta en Europa, pero al llegar a Líbano fue secuestrado.

"Me metieron en una celda y no sé cuánto tiempo pasé allí, ni si era de día o de noche. Me pidieron 1000 dólares si quería ser libre y me amenazaron de muerte. Me ataron y pusieron un saco en la cabeza, mandaron vídeos a mi familia. Vi cómo a alguien le arrancaron las uñas". Y así, hasta que su madre pagó el rescate. Pero su calvario no acabó ahí. "Pasé dos meses en Líbano. Conocí a mujeres que habían sido violadas en campos de refugiados. Luego unos traficantes me llevaron a mí y otras 30 personas hasta Libia en un camión a través del desierto. Algunos se cayeron del camión, pero los dejaron atrás".

Agua con petróleo y una comida al día

"Nos daban de beber agua mezclada con petróleo y solo una comida la día: un plato pequeño del que tenían que alimentarse 10 personas. Varios murieron de hambre y sed durante aquel viaje", recuerda Yusuf. Luego les robaron sus ropas y sus zapatos. Y cuando ya creía que no podía ocurrirle nada más, este adolescente y sus acompañantes acabaron en un barco rumbo a Italia. "Los que no podían pagarse un chaleco salvavidas se quedaban sin él", explica. Y de nuevo miedo, frío y la certeza de que acabaría ahogado, hasta que los guardacostas italianos los rescataron. En total, Italia ha rescatado a más de 150.000 personas en el mar este 2015.

Entretanto, en la gran Europa, un continente de 500 millones de habitantes, siguen sin llegar a un acuerdo sobre cómo gestionar la crisis. De los 160.000 refugiados que se pactó reubicar en septiembre, solo 190 lo han conseguido. Y mientras las autoridades se enredan en debates, cada vez más países endurecen sus leyes migratorias. Otros levantan vallas y criminalizan a los inmigrantes. "Este enfoque es equivocado y provoca sufrimiento innecesario", decía la pasada semana el comisario de Derechos Humanos del Consejo de Europa, Nils Muiz-nieks, que tachó de "desastrosa" la gestión de los países europeos de la crisis migratoria. "Han muerto muchas personas. Eran emandantes de asilo o inmigrantes, pero sobre todo seres humanos que pensaban que sus vidas y su dignidad importaban en Europa".

"Nadie quiere abandonar su país, no se lo deseamos a nadie", afirma Feben, "pero tuvimos que hacerlo". "Ahora hemos perdido nuestra dignidad". Feben sigue soñando con poder llegar a Reino Unido, donde vive su hermano, y estudiar para ser abogada de derechos humanos. Yusuf se conforma con menos: "Solo quiero sentirme un ser humano".

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