Herta Müller, la premio Nobel de Literatura, convierte en cuadros sus poemas-collages

  • "Es otra manera de escribir", asegura Müller a los periodistas al presentar cuadros, pequeñas postales con palabras recortadas en la galería Lumas de Berlín.
  • "En ocasiones comienza todo en la cabeza y entonces busco las palabras, aunque al buscarlas encuentro otras", asegura la ganadora del Nobel de Literatura.
  • En sus collages no existe el rojo, el color que teñía la Rumania comunista, pero sí mucho el amarillo, color que le recordaba a los vagones en la Unión Soviética.
Herta Müller, ganadora del Premio Novel de Literatura en 2009
Herta Müller, ganadora del Premio Novel de Literatura en 2009
EFE
Herta Müller, ganadora del Premio Novel de Literatura en 2009

Las palabras recortadas durante veinte años por la premio nobel de literatura Herta Müller de revistas, periódicos, folletos y catálogos se convirtieron en poemas-collages, pasaron a los libros y se transforman ahora en cuadros.

"Es solo otra manera de escribir", aseguró Müller a los periodistas al presentar en la galería Lumas de Berlín los cuadros, pequeñas postales con palabras recortadas o fotografías de gran formato de los originales.

Lleva años recopilando esas palabras, guardándolas en cajas y cajones y componiendo después pequeños poemas, algunos oscuros, como la prosa de sus novelas, y otros divertidos.

"En ocasiones comienza todo en la cabeza y entonces busco las palabras, aunque al buscarlas encuentro otras", comenta Müller sobre un trabajo que considera bonito, tras redescubrir la belleza de la rima.

Al principio, confiesa la autora de En tierras bajas y El hombre es un gran faisán en el mundo, consideraba que rimar era "aburrido y convencional", que al acentuar el final de cada frase se perdía el sentido de la misma.

Pero entonces conoció la poesía de Inge Müller y la "maravilla" que podía esconderse en poemas sencillos.

En Rumanía, país donde nació y que abandonó en 1987 para escapar de la opresión de la dictadura de Nicolai Ceacescu, omnipresente en su obra, rimar era un juego, recuerda.

Hoy en sus collages no existe el rojo, el color que teñía banderas, alfombras y símbolos en la Rumanía comunista, pero sí mucho amarillo, el tono que a su amigo ya fallecido, el también escritor Oskar Pastior, le recordaba los vagones en los que fue deportado en 1945 a un campo de trabajo en la extinta Unión Soviética.

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