Ocurrió durante el funeral del Estado por Hugo Chávez. El presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, uno de los aliados históricos del chavismo venezolano y presente en el velatorio, abraza y consuela a la madre de líder bolivariano, Elena Frías, de 78 años.

La foto, más allá de reforzar los lazos simbólicos que han unido a ambos regímenes, no hubiera tenido mayor trascendencia de no ser por la polvareda que ha levantado en el propio país de Ahmadineyad.

Varios diputados, defensores del integrismo islámico, exigieron por carta que el presidente iraní "respetara las normas del Islam", que en su versión más ortodoxa no permiten el contacto físico de hombres con mujeres que no sean familiares muy cercanas.

A esta reacción política se le unió pronto la mediática. Varios periódicos ultraconservadores señalaron asimismo que la imagen de Ahmadineyad con la madre de Chávez mostraba una actitud no acorde con la versión de la normativa islámica que rige en el país, si bien otro medios —también guardianes de la ortodoxia de la sharía— señalaron que la mujer ronda los 80 años y restaron importancia al momento.

Para tratar de frenar las críticas a su presidente, la Embajada de Irán en Kuwait publicó un comunicado oficial donde se aseguraba que la imagen de Ahmadineyad y la madre de Chávez era falsa, y que había sido compuesta a partir de otra fotografía, en la que el presidente abrazaba a un hombre, presuntamente Mohamed el Baradei, político egipcio y exdirector del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA).

Pero esta estrategia fue pronto desmontada por varios diarios del país que, tras cotejar y analizar la imagen, llegaron a la conclusión que la foto verdadera era la del abrazo entre el presidente y Elena Frías, y la otra un fracasado intento por salvar la virtud de Ahmadineyad ante los ojos de los miembros más integristas de la sociedad iraní.

Esta polémica, entre política, religiosa y moral, llega a apenas tres meses de las elecciones presidenciales del próximo 14 de junio. A la espera de estos comicios, la pugna por el poder dentro del régimen iraní se ha intensificado en un sistema que mantiene marginados a los reformistas islámicos, acusados de sediciosos, y fuera de la ley a los que no admiten el sistema teocrático.

La batalla está, así, entre los principalistas, agrupados en torno al líder supremo y el sector más ultraconservador de los clérigos del régimen teocrático musulmán chií, y el entorno de Ahmadineyad, más abierto en lo referente al comportamiento social y en relaciones internacionales, en especial respecto a Occidente.