El parque

Cánovas del Castillo peleó para que el Gobierno cediera parte del terreno ganado al mar, donde se plantaron 140 especies vegetales.
Las ciudades se convierten en ciudades a medida que se crean espacios públicos (Martín Mesa).
Las ciudades se convierten en ciudades a medida que se crean espacios públicos (Martín Mesa).
Las ciudades se convierten en ciudades a medida que se crean espacios públicos (Martín Mesa).
Las ciudades se convierten en ciudades a medida que se crean espacios públicos. Hoy se habla mucho de la arquitectura espectacular, y pensamos en el Guggenheim de Bilbao. Pero la vocación de espectacularidad ha existido siempre, desde la Biblioteca de Alejandría como mínimo.Málaga, plaza portuaria de aluvión, tomó conciencia de su vocación de ciudad en el siglo xix, en medio de una próspera revolución industrial que el tiempo se encargó de marchitar. Pero en 1896 el presidente del Gobierno, José Cánovas del Castillo, era un malagueño que aspiraba a ser profeta en su tierra, y a los próceres locales de la época les parecía que un jardín abierto sembrado de plantas exóticas podía ser un reclamo de resonancia internacional (entonces no se sabía nada de Picasso).

Cánovas tuvo que pelear duramente para que el Gobierno cediera al Ayuntamiento parte del terreno ganado al mar para la ampliación del puerto. A cambio, su estatua presidiría el nuevo equipamiento. El parque tardó en sembrarse más de 30 años, y en la plantación colaboraron las familias ricas cediendo ejemplares exóticos de los jardines de sus villas. Además del paseo de plátanos orientales, desaparecido en la reforma a la que se somete actualmente, se reunió una colección de 140 especies vegetales de Asia, América del Sur, Australia y África que sigue siendo hoy de las más importantes de Europa.

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La ciudad terminó de saldar su deuda con Cánovas en 1975, cuando se inauguró una estatua dedicada a él que hoy está aislada del parque, en una glorieta de la Malagueta. Más o menos en esa época los ciudadanos empezaron a abandonar el parque, confirmando que nunca se valora lo que se tiene, o que pasear por los espacios abiertos ha dejado de ser una actividad socialmente interesante. Tal vez la reforma, y la inevitable parafernalia propagandística de la reinauguración (que nos cogerá en vísperas de elecciones), nos lleve a mirarlo con otros ojos, a descubrir que el paso del tiempo no siempre devalúa las cosas en esta ciudad efímera.

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