OPINIÓN

Neurovisión

El vestuario de Nebulossa es un homenaje al grupo ABBA, que cumple 50 años de su victoria en Eurovisión.
Nebulossa durante su actuación en la final de Eurovisión 2024.
Martin Meissner / AP
El vestuario de Nebulossa es un homenaje al grupo ABBA, que cumple 50 años de su victoria en Eurovisión.

Con el festival de Eurovisión, la izquierda española tiene un problema mental, un trauma freudiano que todavía no ha resuelto y que se manifestó en toda su virulencia en la edición de 2008, cuando la TVE de Zapatero envío a ese concurso a Chikilicuatre, aquel friki de laboratorio que se quería burlar de demasiadas cosas al mismo tiempo. Se quería burlar del propio festival, de Europa, de los frikis mismos, o sea que era algo así como un metafriki de arte y ensayo. Se quería burlar sobre todo del pasado español, de aquel lejano 1968 en el que la familia española dejó de rezar unida para seguir, unida, la puntuación que recibía, en esa eurogala, la chica de la minifalda cantando a "su madre, que dio vida a su ser".

Sí. Yo creo que, no ya solo la izquierda, sino la España de 2008, atiborrada hasta las orejas de los fondos europeos, se avergonzaba de su ayer desarrollista, de la España del Seat 600 y el franquismo crepuscular. Quería demostrar que ese festival en el que proyectó un día su sueño de entrar por fin en el club europeo, hoy le importaba un carajo. Quería hacer como que estaba por encima de su antigua marginalidad económica y política, mandando al eurotablado a aquel Chiki chiki que era una réplica deconstructiva del La la lá de Massiel. Osea que nos comportamos como el nuevo rico que quema billetes de mil euros para reírse del pobre que fue y que ganaba cada peseta con el sudor de su frente. La crisis que, unos meses después se nos vino encima, nos volvió a poner en nuestro sitio.

Nuestra apuesta eurovisiva, o neurovisiva, de 2024, ese machacón e infantiloide Zorra, que es un desarrollo teórico del sesudo "sola y borracha" de Irene Montero, se presenta como una reedición del ridículo que hicimos en 2008. Y es que intentar dar clases de feminismo a la Europa del siglo XXI no es algo que escandalice a nadie, sino un alarde colegial y patético de desubicación. La TVE sanchista vuelve a tropezar con la misma piedra de la TVE zapaterista. Si ayer se reía a destiempo, hoy se pone seria fuera de lugar, en un escenario fashion donde lo que se impone son las letras desenfadadas y lúdicas, la pachanga bailable y discotequera del tecno-rock. A ese marco incomparable ha llegado el sanchismo más populista y polémico con un pretencioso y extemporáneo mensaje que anda entre el hiperrealismo socialista y el chundachún.

De Massiel hemos pasado a Nebulossa, pero insistiendo, curiosamente, en ese cosmopolitismo barato de las dobles eses, o sea en un gratuito enrarecimiento de la grafía castellana, que demuestra que algunos siguen siendo fieles al paletismo acomplejado y carpetovetónico de toda la vida. Yo creo que, puestos a hacer propaganda sanchista, TVE debía haberse decantado por la vieja línea melódica y melosa de los Raphael o los Julio Iglesias; o sea por cambiar de opinión a última hora al puro estilo Sánchez, dejarse de nebulosidades y enviar a Malmö la canción que la Inteligencia Artificial fabricó con la carta de nuestro "profundamente enamorado" Presidente.

No. La izquierda española no se perdona haber perdido la guerra del 36 ni haber ganado la Eurovisión del 68. Anda empeñada en ganar la guerra que perdió y en perder una vez y otra el Eurofestival que ganó. Cuando escribo estas líneas no conozco los resultados de la gala sueca, pero, si España quería perder, doy por hecho que lo ha conseguido.

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