Borja Terán Periodista
OPINIÓN

La comunicación no verbal de Felipe González en 'El Hormiguero'

Felipe González, en 'El Hormiguero'.
Felipe González, en 'El Hormiguero'.
CARLOS LÓPEZ ÁLVAREZ
Felipe González, en 'El Hormiguero'.

Prodigarse poco ayuda a que te abracen con más ganas. Felipe González no se prodiga mucho, pero cuando aparece acude allá donde la cuota de pantalla no falla. El Hormiguero es territorio aliado y su visita ha levantado aún más la expectación habitual por el programa de Antena 3, congregando un 19.5 por ciento de share y 2.443.000 espectadores. Excelente dato para una emisión que Pablo Motos estiró al ver que González no paraba de agasajarle con titulares.

Había morbo. Siempre venden las críticas de un ex presidente a su propio partido. Ahí Felipe González no decepciona. Sin embargo, tampoco puede pasar desapercibida su posición corporal durante el programa, pues explica la felicidad de volver frente al público. González estaba cómodo, entusiasmado y con ganas de jugar.

En una conversación, en una entrevista e incluso en un debate, el entrevistado dirige su atención al compañero de charla. En este caso, Pablo Motos. En cambio, Felipe González no podía evitar girar constantemente sus ojos hacia el público asistente al plató. Miraba casi más a la grada que al propio presentador. 

Los tiempos han cambiado desde aquellos años en los que gobernó. También en televisión: ya ningún entrevistado se pone a predicar a la cámara. Eso queda de resabiado. Pero, en su paso por El Hormiguero, González ha utilizado viejas liturgias de los mítines de antaño. Se evidencia en cómo buscaba sin tregua la aprobación de la reacción cómplice del público. Cómo buscaba encandilar el aplauso o la sonrisa del votante.

Sus pullas, sus ironías, incluso sus pataletas, afortunadas o no, se iban viniendo arriba por el calor que recibía de las personas sentadas en la grada del pequeño plató de Trancas y Barrancas en el que, esta vez, no aparecieron Trancas y Barrancas para desengrasar con su humor. Ya estaba González, dando rienda suelta a su carisma de viejo gran orador.  Aunque eso conllevara algún chiste demodé sobre el grado intelectual ajeno y sobre los hombres que comparten sus emociones. 

Jocosidad reveladora de cuando uno se queda atascado en otras épocas. Jocosidad también sintomática de que González estaba disfrutando la entrevista, pero también disfrutándose de verse ovacionado de nuevo. De hecho, su comunicación no verbal proyectaba que le estaba importando más el chute de gente que las preguntas de Pablo Motos.

Tal atmósfera de fervor popular anima a regalar más titulares que cualquier pregunta incisiva. Porque te sientes apoyado. Hasta te sientes reivindicado. Los políticos que atesoraron el gran poder también necesitan notarse queridos. Incluso pensar que les siguen dando la razón. Aunque sepan sobradamente que, a menudo, darte la razón no significa que tengas la razón. Aunque sepan que los aplausos de la tele no dejan de ser un ruido tan adictivo como artificial y efímero.  Da igual, elegimos la adrenalina efímera. Elegimos su gustirrinín. 

Periodista

Licenciado en Periodismo. Máster en Realización y Diseño de Formatos y Programas de Televisión por el Instituto RTVE. Su trayectoria ha crecido en la divulgación y la reflexión sobre la cultura audiovisual como retrato de la sociedad en los diarios 20 minutos, La Información y Cinemanía y en programas de radio como ‘Julia en la Onda’ de Onda Cero y 'Gente Despierta' de RNE. También ha trabajado en ‘La hora de La 1' y 'Culturas 2' de TVE, entre otros. Colabora con diferentes universidades y es autor del libro 'Tele: los 99 ingredientes de la televisión que deja huella'.

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