VICENTE VALLÉS. PERIODISTA
OPINIÓN

El exoplaneta del Congreso

Vicente Vallés
Vicente Vallés
JORGE PARÍS
Vicente Vallés

Es una burbuja, es territorio comanche, es un Estado independiente. Es de todos, pero sólo lo transitan algunos. Estos días, la tribu periodística ha establecido su campamento en el Palacio de la Carrera de San Jerónimo, un discreto edificio de estilo neoclásico, inaugurado por la reina Isabel II en 1850. Merodeamos por sus pasillos, nos tropezamos con diputados de variada condición, pretendemos hacerles preguntas juiciosas y buscamos respuestas lúcidas y perspicaces sobre los destinos de este país sin gobierno. Tenemos buena intención. Créannos.

Pero políticos y periodistas y viceversa hemos instalado nuestra existencia en un exoplaneta en el que sólo estamos autorizados a vivir esos políticos, y aquellos periodistas que contamos las cosas que dicen esos políticos. El resto de la humanidad nos observa con un desdén bien merecido, en esta segunda sesión de investidura tan previsible e inservible como la anterior de hace apenas seis meses.

Una aparatosa barrera compuesta por decenas de cámaras de televisión se hace fuerte en el reducido espacio que separa los dos edificios principales del Congreso. En ese patio hay corrillos de políticos, corrillos de periodistas y corrillos de políticos con periodistas. Coto privado. Propiedad particular, por mucho que sean edificios del patrimonio nacional. Algunos españoles corrientes miran la escena desde aquel lado de la verja, como jubilados ante una obra. "Si me dejaran a mí, arreglaba este entuerto en dos patás". Y seguro que lo harían.

Vivimos atrapados en un bucle en el que tenemos que iniciar nuestros relatos informativos rompiendo las reglas básicas del oficio: les decimos que, como ustedes ya saben, esto que les contamos no sirve para gran cosa, y que lo que va a pasar ya está escrito. De hecho, está escrito desde hace días o semanas. Es cierto que todo eso que ustedes ya saben se lo envolvemos para regalo y, salpicado con adjetivos imaginativos, lo disfrazamos de novedad y hasta puede pasar por interesante. Los políticos juegan a buscar gobierno, los periodistas jugamos a contárselo a los ciudadanos, y los ciudadanos empiezan a vivir sus vidas ignorando cada día más a los que nos dedicamos a jugar.

Y el tiempo pasa, y se nos sigue escapando entre los dedos, mientras el Palacio de Las Cortes abre otra vez sus puertas porque los plazos legales se tienen que cumplir, las tradiciones políticas no se deben romper, y la cita de la gente con la información no puede faltar. Lo dice la Constitución. Todo lo dice la Constitución, salvo que tengamos que desafiar su paciencia un día más. Esa es más bien una costumbre novedosa que como se instale entre nosotros terminará por convertirse en derecho consuetudinario, y entonces no nos libraremos de ella nunca más.

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