Argumentos, y de peso, los hay a favor y en contra. Entre los primeros, es indudable que los turistas hacen uso de muchos servicios públicos y deben contribuir a sufragarlos.
En contra de las tasas diré que los turistas ya pagan impuestos allí donde van. Abonan el IVA en el hotel, en el bar, en el museo, en el autobús... y contribuyen a costear el IRPF de aquellos que les sirven. Además, los establecimientos donde duermen abonan el impuesto de electricidad, el IBI, el IAE, el de circulación si tienen vehículos y con ellos el de carburante, y el turista paga el impuesto de cervezas y el de bebidas alcohólicas si se toma un gin-tonic. Tributar, tributan.
Por otro lado, queda patente, una vez más, que somos la pandilla de Pancho Villa. Desde el Estado se defiende el turismo como una actividad esencial y se privilegia a los hoteles con un IVA del 10% –salvo los de 5 estrellas–, cuando se paga el 21% por ir al cine. Pero comunidades y ayuntamientos deciden grabar el turismo por su cuenta y riesgo. En qué quedamos, ¿es o no esencial el turismo para nuestra economía?
Ahora bien, dado que hay argumentos fiscales y económicos para todos los gustos, yo me limito a aplicar la ley del talión de ojo por ojo. Me molesta sobremanera pagar en Barcelona, Roma, París o en un pequeño pueblo de la Bretaña francesa una tasa por el simple hecho de ser turista. Si yo pago, ¿por qué no han de pagar los que visitan Madrid? O todos, o ninguno.
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