CÉSAR-JAVIER PALACIOS. PERIODISTA EXPERTO EN MEDIO AMBIENTE
OPINIÓN

Atapuerca, impacto ecológico de los humanos

El geógrafo, naturalista, escritor y periodista César Javier Palacios.
El geógrafo, naturalista, escritor y periodista César Javier Palacios.
CJP
El geógrafo, naturalista, escritor y periodista César Javier Palacios.

En una de las últimas presentaciones de los resultados de las excavaciones neolíticas de Atapuerca, Juan Luis Arsuaga se dirigió a los alcaldes de la zona y, básicamente, les dijo: "Ahora sí que estamos estudiando a vuestros antepasados". Era lógico. El Homo antecessor o el Neandertal son nuestros parientes evolutivos, pero nada tienen que ver con nosotros. Nuestra especie es la del Homo sapiens (sabio). Salió de África hace 90.000 años y no llegaría a Europa hasta hace unos 45.000 años. Antes de ayer. Al principio seríamos socialmente muy parecidos a los homínidos precedentes, grupos de cazadores-recolectores sin un hogar fijo, pendientes de las migraciones de los grandes mamíferos, comiendo de todo lo que nos dejaban tantísimos peligros como nuestra creciente inteligencia era capaz de esquivar a golpe de ingenio y grandes dosis de buena suerte. No habríamos tenido mucho futuro si no llega a ser por los dos descubrimientos más importantes de nuestra historia: la agricultura y la ganadería.

La culpa la tuvo un terrible cambio climático. Hace unos 10.000 años el fin de la era glaciar dulcificó el clima e hizo huir a los rebaños de grandes animales hacia el norte, provocando una disminución de la caza. Ante la escasez de caza empezamos a domesticar algunas especies. Nació así la ganadería y con ella una nueva economía basada en los primeros excedentes con los que comerciar. Surgió también la trashumancia, copiada de los rebaños de renos que en invierno bajaban a los pastos de las llanuras sureñas y en verano buscaban los siempre verdes de las montañas del norte. Esos movimientos humanos facilitaron la comunicación, expandiendo a toda velocidad una nueva cultura basada en la agricultura, en cultivar nuestros alimentos en el mismo sitio donde vivimos. Apareció el Neolítico. Gracias a este invento, sin duda femenino, nacieron las ciudades y las grandes civilizaciones. Fue el principio de nuestro triunfo pero también el comienzo del declive de la naturaleza.

Me lo explicó a pie de yacimiento la paleontóloga Gloria Cuenca Bescós, miembro del equipo de Atapuerca desde 1991 y responsable las líneas de investigación sobre pequeños vertebrados. Diminutos cráneos fósiles que te deja tener en las manos mientras te detalla cómo ellos son prueba  del terrible impacto que supuso el que los antepasados de los burgaleses comenzaran a arar los campos por vez primera en la historia. "Hemos descubierto que el número de especies que había en Atapuerca era muchísmo mayor antes que en la actualidad", me explica. "La biodiversidad se ha ido empobreciendo, especialmente a partir de la llegada de los humanos". Según sus investigaciones, en los últimos 6.000 años ha habido un incremento de las especies oportunistas, como ratones y topillos, pero han desaparecido otras que necesitan hábitats más específicos. Como una especie de musaraña acuática, el musgaño, que aguantó hasta la edad del Bronce y ahora ya no existe en la zona pues necesita aguas muy limpias, con buena cobertura forestal.

Ese fue sólo el principio. De la agricultura tradicional pasamos en el siglo pasado a la industrial y el mazazo para la biodiversidad fue ya brutal. Por ejemplo, un reciente estudio constata que la intensificación agraria está afectando negativamente a las aves agrícolas. Solo en España, y según datos de SEO/BirdLife, se han perdido más de 64 millones de pájaros en los últimos 20 años. La investigación concluye que la Red Natura 2000, nuestra gran red europea de espacios protegidos, y las medidas agroambientales promovidas por la UE tienen un impacto positivo sobre las aves, pero no es suficiente para compensar el efecto de la agricultura intensiva. ¿Y eso qué importancia tiene?, dirá más de uno. Pues mucha. Porque hablamos de la (mala) salud de nuestra casa común. Y si nos cargamos la despensa, corremos el peligro de tener que volver a la casilla de salida. A la cueva.

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