Es muy probable que a usted le pasara lo mismo que a mí cuando vio la lista de la selección española sin Pau, Mirotic, Ibaka ni el Chacho. Que pensara que sin ellos, y con las recientes retiradas de Navarro y Calderón, ganar una medalla era absolutamente impensable. Que el ciclo ganador había llegado a su fin y que ahora tocaba una larga travesía del desierto hasta que volvieran a llegar los éxitos. Si es que llegaban, que el futuro no parecía demasiado halagüeño.
Pues este grupo lo ha vuelto a hacer. Nos ha demostrado que a falta de tanto talento como antaño –no lo digo yo, lo dice el propio Sergio Scariolo– son capaces de plantar cara a cualquiera y tirar de defensa, de entrega y, en definitiva, de trabajo, para lograr el objetivo que se habían marcado.
Me viene a la memoria cuando, en 2006, Pau Gasol se lesionó y no pudo disputar la final de aquel Mundial ante una Grecia que venía nada menos que de ganar a Estados Unidos. En aquel inolvidable partido en Saitama, el equipo español no solo no echó de menos a su gran superestrella, sino que jugó su mejor baloncesto para lograr no echar de menos a Pau.
En esta selección, los teóricos líderes son Marc y Ricky, pero cuando ellos no están bien, brillan Rudy o Juancho. O es Llull el que da la cara. O Claver asombra al mundo comiéndose a los temibles pívots serbios. Tras Japon 2006, se convirtió en inolvidable aquel ba-lon-ces-to de Pepu. En este Mundial de China, toca pasarnos a otra palabra simbólica: e-qui-po.
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