ÓSCAR ESQUIVIAS. ESCRITOR
OPINIÓN

Los "Seísmos" de Marina Núñez

Óscar Esquivias.
Óscar Esquivias.
JORGE PARÍS
Óscar Esquivias.

Qué gran artista es Marina Núñez, cuánto misterio y fantasía contienen sus obras y qué capacidad de comunicación tan inmediata establece con el espectador: es imposible contemplar sus creaciones sin sentirse a la vez fascinado e interpelado, y esto funciona por igual si uno es un niño o un sesudo crítico con gafas de pasta y pipa. Si quieren comprobarlo, no tienen más que acercarse a un lugar tan inesperado como las Cortes de Castilla y León, donde ha instalado hasta el 9 de diciembre una maravillosa exposición titulada Seísmos, repartida en dos ámbitos, uno interior (el vestíbulo) y otro exterior (la fachada oriental).

Es importante hablar del espacio expositivo, porque Seísmos se adapta a sus características arquitectónicas. Las Cortes es un edificio de reciente construcción (se inauguró en 2007), diseñado por Ramón Fernández-Alonso, quien lo concibió con amplias líneas rectas y rotundos volúmenes. En el exterior destacan, por una parte, un gran cubo de vidrio serigrafiado que, a modo de cimborrio, sirve de lucernario para el salón de plenos y, por otra, la fachada que mira hacia la avenida de Salamanca (la principal vía de comunicación de la zona), que presenta un largo paredón blanco que vuela sobre una planta baja transparente, con tabiques exteriores de vidrio.

Justamente esa pared maciza de hormigón se ha convertido en una gran pantalla al aire libre en la que se proyecta una retrospectiva de los vídeos artísticos que Marina Núñez ha ido creando y exponiendo durante los últimos diez años en lugares tan dispares como la sala Alcalá, 31 de Madrid, el Patio Herreriano de Valladolid o la catedral de Burgos. Son vídeos muy variados en los que desarrolla ciertas ideas recurrentes, como la metamorfosis incesante de la materia, el trampantojo, las mutaciones del cuerpo humano o la recreación de mundos alternativos, a veces casi alucinatorios.

Marina Núñez es tan radical que su obra parece llegarnos del futuro. Como en los sueños, todo lo que vemos resulta reconocible y, a la vez, extraño, ambiguo y a menudo inquietante (pero casi nunca aterrador o truculento); sus imágenes poseen tal ambigüedad que no estamos seguros de si asistimos a un proceso de evolución o de degradación de lo humano. En sus creaciones encontramos el mismo rigor que en los grabados de M. C. Escher o los cuentos de Dino Buzzati al desarrollar una idea de tipo fantástico y llevarla hasta sus últimas consecuencias. Y, como ellos, a menudo se recrea en presentarnos laberintos o bucles de los que es imposible escaparse. Uno de los vídeos, por ejemplo, tiene la apariencia de un retablo de las ánimas: el muro arde con mil llamas que, en realidad, son cuerpos desnudos llenos de rabia o desesperación que intentan huir y se elevan con dificultad (más que volar, parece que reptan) para al final volver a sumirse en un mar de fuego, y así incansablemente.

La exposición se completa, en el vestíbulo, con una colección de imágenes de rostros deformados informáticamente, cuya piel es el humus del que nacen bosques y vegetación silvestre. Muchas de estas láminas, impresas en vinilos, están colocadas en los tabiques de vidrio y parecen flotar en el aire.

La noche que visité las Cortes de Castilla y León (los vídeos se proyectan ininterrumpidamente entre las nueve de la tarde y la medianoche) había un público azaroso: adolescentes que daban vueltas en bicicleta por los jardines, muchachos que hacían deporte, paseantes nocturnos con perros, algún viandante despistado. Todos nos quedamos allí quietos, atrapados por esas imágenes hipnóticas, mientras se adensaban las sombras sobre Valladolid y subía la humedad del Pisuerga. Allí seguiríamos si, a las doce de la noche, no se hubiera apagado la pantalla y hubiéramos vuelto de repente a la realidad, como expulsados de un sueño.

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