MERCEDES GALLIZO. EX SECRETARIA GENERAL DE INSTITUCIONES PENITENCIARIAS
OPINIÓN

Alfredo en el corazón

Mercedes Gallizo y Alfredo Pérez Rubalcaba, en una imagen de archivo.
Mercedes Gallizo y Alfredo Pérez Rubalcaba, en una imagen de archivo.
MERCEDES GALLIZO
Mercedes Gallizo y Alfredo Pérez Rubalcaba, en una imagen de archivo.

Escucharemos estos días —seguro— palabras unánimes de reconocimiento a la figura de Alfredo Pérez Rubalcaba. Como él decía, en España, al menos, enterramos bien. No seré yo quien reproche que hoy valoren sus méritos los que no le dieron tregua cuando se atrevió a escribir algunas de las páginas más valientes de la historia reciente de nuestro país. Lo entiendo como una cierta reparación y me reconforta. Pero quiero que sepan que Alfredo sufrió mucho cuando se decían algunas barbaridades de él, de todos nosotros. Y que el sufrimiento siempre deja huellas en la salud, en la cabeza y en el corazón.

No es un secreto para nadie que Alfredo tenía una cabeza brillante. Que era listo y agudo como pocos. Que le gustaba la política y manejaba sus resortes y sus tiempos como nadie. Pero quizá no todos sepan algo que yo descubrí con la cercanía: que él se sentía sobre todas las cosas un servidor público. Eso es lo que era cuando fue portavoz del Gobierno, o ministro de Educación o portavoz de su partido en el parlamento, o ministro del Interior, o profesor de química. Era un socialista convencido y convincente. Un gran líder político, Pero Alfredo Pérez Rubalcaba fue, sobre todo, un gran servidor público que hacia las cosas con la convicción de que estaba ayudando a su país a ser mejor y a las personas a ser más iguales y más libres.

Su figura aún crecerá más con el tiempo, cuando aprendamos a superar los recelos que todavía suscitan las personas que, pudiendo ser brillantes en aquello que se propongan, deciden dedicar su vida al servicio de los demás y a hacerlo desde la política. Ese era Alfredo Pérez Rubalcaba, un hombre lleno de pasión por la vida, por sus amigos, por su familia, por su equipo de fútbol, por su partido. Alguien que no entendía la vida sin pasiones. Paradójico. Duro y tierno. Impulsivo y de reflexión profunda. Honesto. Incorruptible. Austero. Tenaz. Nunca tiraba la toalla cuando creía en la causa que defendía ni dejaba que nadie la tirase. Yo lloro hoy por Alfredo, porque no tenía que irse tan pronto y tan deprisa, sin que pudiéramos decirle cuánto le queríamos y cuánto le admirábamos. Y lloro por nosotros, por su familia, por sus amigos, por sus compañeros, huérfanos de su talento y de su corazón.

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