MARIO GARCÉS. EX SECRETARIO DE ESTADO DE SERVICIOS SOCIALES E IGUALDAD
OPINIÓN

Se busca enemigo

Mario Garcés.
Mario Garcés.
20MINUTOS.ES
Mario Garcés.

Confieso mi admiración por Katharine Hepburn, y no tanto porque regateara el río Ulanga a lomos de La Reina de África sino porque consiguiese sobrevivir a la ingesta alcohólica de dos bergantes como Bogart y Huston. Ignoro si era una mujer inteligente, pues no tiendo a formular juicios por boca de ganso ni a boca de jarro, pero era una descomunal actriz suspendida en una belleza glacial. Autócrata y soberbia, de espíritu libérrimo, se pasaba por la rabadilla lo que pensasen de ella los demás. Sufragista y feminista de convicción, y no por compensación, hizo de la igualdad su causa, enfrentándose corajudamente a quienes creían tener el monopolio de la verdad. «Hay mujeres, y además está Kate. Hay actrices, y además está Hepburn», sentenció Frank Capra. La actriz, que acabó en aquel estanque dorado con Henry Fonda, era mujer de múltiples enemigos, tantos que suya es una frase poderosa, por universal: «Los enemigos son tan estimulantes».

Faltaríamos a la verdad si negásemos que tenemos un enemigo, o si desmentimos que somos enemigos de alguien, pues es propiedad conmutativa la enemistad. Todos tenemos nuestro mejor enemigo. Hay enemigos imaginarios y enemigos declarados, enemigos públicos, como el número uno, y enemigos domésticos, enemigos correspondidos y enemigos ausentes, enemigos confesables y enemigos inconfensables. Hay enemigos de mesa y mantel, como Caín y Abel, o el cuñado parroquial de los domingos, como hay enemigos por envidia, pues la envidia en España es, más que pecado capital, el mayor pecado de la capital. Hay quien es, en sí mismo, su peor enemigo, ya sea a tiempo completo o a tiempo parcial. Julia Roberts yacía con su enemigo, y hasta se convirtió en la enemiga de toda una comunidad en Erin Brokovich, aunque Ibsen ya había dramatizado hasta las meninges del odio colectivo en Un enemigo del pueblo.

La enemistad actúa como un elemento de autoafirmación de nuestro propio yo. Y así opera también entre naciones, de modo que Umberto Eco achacaba la fragilidad de ciertos Estados modernos a la inexistencia de un enemigo exterior.

España no ha sabido construir enemigos en las últimas décadas, si bien es cierto que no hemos sido muy cuidadosos tampoco en el reclutamiento de amigos. En cambio, en ausencia de enemigo externo, en España ha irrumpido la figura del enemigo interno. El debilitamiento progresivo de nuestro yo colectivo está ocasionado, entre otras causas, por una dialéctica perturbadora en la que algunas comunidades autónomas han presentado al Estado como su enemigo a batir, exhibiendo una concepción de la centralidad política basada en el agravio permanente. En ese proceso es esencial la propaganda, en la forma y costumbre que se presentaba a Emmanuel Goldstein, el Enemigo del Pueblo, en el imaginario orwelliano de 1984. Reconozco que los enemigos me dan pereza y que la pereza es el peor de los enemigos. Pero lamentablemente nuestros enemigos no suelen padecer indolencia. Y no duermen. Son insomnes. Con lo bien que descansarían en paz.

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