OPINIÓN

Palabras como puentes

Periodista, escritora y política.
Periodista, escritora y política.
JORGE PARÍS
Periodista, escritora y política.

Más allá de los vendedores de muros de hormigón, hay una categoría triunfante en estos tiempos de odio: la de quienes no se tienen por racistas, ni supremacistas ni xenófobos, solo por diferentes. Nunca nadie que se haya reclamado diferente ha asegurado ser inferior, pero en fin, hoy no voy por ahí.

Hoy quiero hablar de quienes no se atribuyen un ADN superior, pero están convencidos de que su lengua les otorga una visión del mundo especial y única, que solo comparten con otros hablantes de esa lengua.

Durante años esta tesis del determinismo lingüístico ha tenido muchos adeptos. Incluso alguna gente lo cree de buena fe. Sin embargo, hay palabras que nos demuestran justamente lo contrario, que los seres humanos compartimos emociones y sentimientos, al margen de la lengua que hablemos.

En la lengua inuit –la que hablan los esquimales–, iktsuarpok se refiere a ese sentimiento expectante que nos hace asomarnos a la ventana cuando esperamos a alguien con muchas ganas, como nos ha ocurrido a todos. Lo mismo cabe decir de wabi-sabi, término japonés que se refiere a la belleza de la imperfección: resume en ocho letras la historia del patito feo.

Ahora pido perdón por la autocita, el autoplagio y el autobombo –tal y como están las cosas, más vale– y reivindico las palabras intraducibles, que he utilizado para articular mi novela, Si sufrir fuera sencillo. ¿Por qué? Porque urge cambiar la conversación. Todos los demás son distintos a nosotros, pero todos son iguales. Depende de dónde pongamos nuestra atención.

El populismo quiere que miremos lo que nos diferencia. Yo prefiero girar la vista hacia lo que nos une y hablar con palabras universales. Prestar atención a los sembradores de odio es empezar a odiar.

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