HELENA RESANO. PERIODISTA
OPINIÓN

Los ricos no lloran y viven más

No hay nada como acudir a la fiesta por tu 25 cumpleaños conduciendo tu propia lancha motora. Otra de las costumbres de estos jóvenes ricos poco habitual para el común de los mortales.
No hay nada como acudir a la fiesta por tu 25 cumpleaños conduciendo tu propia lancha motora. Otra de las costumbres de estos jóvenes ricos poco habitual para el común de los mortales.
Instagram/stevenrsachs
No hay nada como acudir a la fiesta por tu 25 cumpleaños conduciendo tu propia lancha motora. Otra de las costumbres de estos jóvenes ricos poco habitual para el común de los mortales.

Que la brecha entre ricos y pobres ha crecido tras la crisis lo sabíamos. Que los ricos han sido más ricos durante estos años también. Y que esa brecha se ha hecho crónica tampoco es nuevo. Lo que sí es nuevo es lo que nos ha dicho el último informe de Intermón Oxfam: que ser rico o pobre marca la diferencia de cuántos años viviremos. Tal cual. Su cuenta bancaria será determinante en su esperanza de vida.

Han demostrado con cifras que los ricos viven más que los pobres. ¿Por qué? La explicación es sencilla: pueden comer mejor, pueden pagarse tratamientos más caros, suelen trabajar en oficios que no exigen un gran esfuerzo físico... Su calidad de vida también la marca su bolsillo.

Y, según el informe, la diferencia entre cuánto vives según cuánto ganes es preocupante: en Barcelona los ricos viven 11 años más que los pobres y en Madrid 7 años más. Es decir, que a unos les dará tiempo a conocer a sus nietos, a disfrutar de ellos, a llevarlos al parque, a hacer ese viaje que siempre soñaron, a disfrutar de sus amigos, de su familia, y a otros, a los pobres, la vida perra que les ha tocado vivir y contra la que han luchado toda su vida les robará también de disfrutar de una vejez un poco más larga y un poco más feliz.

Dicen que el dinero no da la felicidad. Estoy convencida de que es verdad, pero está claro que sí da más años de vida. El informe de Oxfam ponía el foco en esa clase media-baja que la crisis pilló a contrapié y con la que más se cebó. 617.000 hogares pasaron a ser pobres, y son familias, núcleos familiares, que no consiguen salir de ahí aunque la crisis, aparentemente, esté empezando a remitir.

De hecho, el número de hogares en los que no entra ningún ingreso aumentó en 2018. 16.500 más que en 2017. El ascensor social no funciona y quienes nacen en una familia pobre tardarán hasta cuatro generaciones en lograr mejorar su situación económica y social. 120 años trabajando de sol a sol para lograr que las oportunidades del vecino que tengo al otro lado de la acera sean las mismas que tengo yo.

Las cifras de desigualdad son tan obscenas que hay que leerlas dos veces para entender de qué estamos hablando. Y si no, un ejemplo. 26 personas en todo el mundo, 26, acumulan tanto dinero como los más de 3.800 millones de personas –millones, lean bien– consideradas como las pobres del planeta. 26 frente a 3.800 millones de personas.

Así está el mundo y así seguimos. Abriendo como una zanja insalvable esa brecha que cada vez, con cada crisis, crece más y más. Unos más ricos, muy pocos, y millones de personas malviviendo.

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