HELENA RESANO. PERIODISTA
OPINIÓN

Estamos a tiempo

Greta Thunberg (i) escucha a un orador en la Cumbre de Acción Climática, en la sede de Naciones Unidas, en Nueva York (Estados Unidos).
Greta Thunberg (i) escucha a un orador en la Cumbre de Acción Climática, en la sede de Naciones Unidas, en Nueva York (Estados Unidos).
EFE
Greta Thunberg (i) escucha a un orador en la Cumbre de Acción Climática, en la sede de Naciones Unidas, en Nueva York (Estados Unidos).

Su mirada, su tono, su vehemencia, su enfado, sus lágrimas... Greta Thunberg ha acaparado las portadas de medio mundo con su discurso (o más bien rapapolvo) ante los jefes de Estado reunidos en Nueva York en la Cumbre del Clima.

Tiene 16 años pero aparenta muchos menos y esa imagen todavía infantil le da más dureza a su mensaje: dijo lo que muchos piensan, que esas cumbres no sirven de nada, que son palabras vacías, que los dirigentes están más preocupados por el crecimiento económico que en frenar la emergencia climática. Y que con su inacción nos están robando a todos nuestro futuro y, a ellos, su infancia.

Un discurso incómodo que a algunos les ha molestado escucharlo así, en la voz de una niña al borde del llanto y visiblemente enfadada. Para algunos un discurso demasiado fabricado y que genera suspicacias. Greta, efectivamente, debería de estar al otro lado del océano, en el cole, haciendo trabajos en clase para aprender qué efectos tendrá el cambio climático y no en la sede de Naciones Unidas convertida en una activista y en la voz más poderosa ahora mismo contra esa emergencia del planeta.

Pero a quienes la critican les diré que, admitiendo lo peligroso que puede ser que una niña tan joven asuma una responsabilidad tan grande, Greta ha conseguido algo maravilloso: que los jóvenes la escuchen.

Que se estremezcan ante lo que dice, que se paren a pensar en lo que hacen ellos por frenar ese cambio climático, en su compromiso con el planeta en el que viven.

Mi hija, pegada como toda adolescente al móvil, consumidora habitual de vídeos que rulan por internet, activa con perfil propio en algunas de las aplicaciones más famosas, escuchó a Greta pocas horas después de su discurso en Nueva York. No habían pasado ni tres horas. Sus palabras, viralizadas en las redes, estaban en todos los sitios. Y mi hija vino corriendo a enseñarme lo que había dicho con un tono de admiración: "Lo que dice, mamá, pone los pelos de punta, es muy valiente".

Su reacción nos permitió abordar durante la cena el tema de la emergencia climática, hablarlo con ella y su hermano y comprobar, una vez más, que ellos están mucho más concienciados que nosotros con la responsabilidad que tenemos que asumir todos para parar esto.

Alguien decía que prefiere que su hija tenga como referente a una persona como Greta que a una influencer que exhibe su vida en las redes para promocionar ropa, viajes o cosméticos. Y no le falta razón.

El ministro de educación francés decía que el discurso de Greta va a acabar creando toda una generación de deprimidos. Sí, puede ser que sus hijos y mis hijos acaben arrastrando una profunda tristeza cuando comprueben que les hemos atado de pies y manos y les hemos dejado un planeta agonizando. Pero a día de hoy, la responsabilidad de que eso no ocurra es únicamente nuestra. Estamos a tiempo.

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