OPINIÓN

El asombro campero salvará a los niños

En inglés, sorprenderse y preguntarse es la misma palabra: wonder. Rachel Carson, considerada la inspiradora del ecologismo moderno, escribió hace 50 años un delicioso librito dedicado a ese sentido del asombro por la naturaleza trufado de preguntas sin respuesta. Lo dedicó a su pequeño sobrino Roger, a quien con tan solo veinte meses llevó una lluviosa noche a una playa donde el océano bramaba con todo su poderío. Desde entonces, lo acompañó a descubrir el bosque, las flores, los insectos, las aves, entusiasmada por un entusiasmo infantil hacia lo nuevo que ella reconocía como antiguo sentimiento suyo ya casi olvidado. Querer saberlo todo, preguntarlo todo. Tocarlo todo.

Carson intuyó muy pronto que esta fascinación natural por la naturaleza con la que nacemos iba a quedar maniatada por la sumisión a la tecnología de la nueva sociedad urbana. Imposible ahora para nuestros hijos crecer al aire libre emulando al travieso Huckleberry Finn, construir cabañas en los árboles, bañarse en el río, explorar cuevas, saltar sobre montones de paja o criar grillos. Salvo que tengas la suerte de pasar el verano en el pueblo de los abuelos, este instinto de curiosidad natural ha sido casi enterrado en ciudades donde se vive de espaldas al campo. Los niños inquietos cual rabos de lagartija han cedido el puesto a las marmotas con sobrepeso.

El periodista Richard Louv también tuvo una preocupación semejante a la de Carson hace ahora diez años. En su libro El último niño en los bosques, sintetiza los resultados de entrevistar a miles de críos y padres de familias rurales y urbanas. Y no solo confirma nuestro distanciamiento paulatino de la vida campestre. Descubre que este abandono tiene graves consecuencias para la salud de los más pequeños: depresión infantil, ansiedad, hiperactividad, obesidad y apatía. Una preocupante sintomatología agrupada bajo el epígrafe de 'déficit de naturaleza', el nuevo trastorno infantil.

Rachel Carson ya lo vio venir y nos señaló como mejor remedio el cultivar entre los más jóvenes su capacidad natural de asombro. Pero a nuestro lado, y no abandonados en campamentos veraniegos de 15 días. Acompañándolos de la mano en la extraordinaria aventura de descubrir juntos las maravillas de la naturaleza. Oler la tierra mojada, ver correr las nubes en el cielo, escuchar el murmullo de los árboles, espiar el paseo concienzudo de una hormiga, la carrera nerviosa del corzo o el ágil vuelo del milano.

No importa que no sepas distinguir un mosquitero de una curruca si logras transmitir tu fascinación por unas pequeñas avecillas que han venido a criar a nuestros parques después de un larguísimo viaje de miles de kilómetros. Ya habrá tiempo de descubrir sus nombres, de reconocer sus cantos. En otros casos lograrlo es fácil. Por ejemplo el cuco. Inconfundible, pero ¿cuánto tiempo hace que no escuchas un cuco? ¿Lo habrán oído alguna vez tus hijos, tus alumnos? Dice la canción infantil: "Cuco, cuco, rabo de escoba, ¿cuántos años quedan para mi boda?". Cuenta con ellos las veces de su canto y haz cuentas, como a mí me enseñó mi madre. El tiempo pasa muy deprisa, en todos los sentidos. Lo recuerda el refrán: "Al cuco san José (19 de marzo) le da el habla y san Pedro (29 de junio) se la quita". Así que apenas te quedan dos semanas para escucharlo antes de que los adultos retornen al sur del Sáhara, un mes más pronto de que lo hagan esas crías a las que nunca conocieron y que a partir de agosto harán el largo viaje solas a través de unas rutas grabadas, nadie sabe cómo, en su código genético.

Se lo cuentas esto a un niño y se queda con la boca abierta. Y si logras contagiarle esta curiosidad por el entorno, esta pasión por la vida, estarás más cerca de lograr una persona más preparada para un mundo moderno en continuo cambio donde el entusiasmo, la curiosidad y el asombro serán su mejor formación profesional posible. Les hará ser más sanos. Y más felices.

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