CARLOS G.MIRANDA. ESCRITOR
OPINIÓN

'Epistocracia': sin estudios no votas

Carlos G. Miranda, colaborador de 20minutos.
Carlos G. Miranda, colaborador de 20minutos.
JORGE PARÍS
Carlos G. Miranda, colaborador de 20minutos.

Para que una cena no acabe como una tragedia griega solo hay una norma: no hablar de política. Nos la saltamos los que nos juntamos el sábado por la noche en el piso de una amiga, al que fui sin conocer al resto de invitados. El vino y los burritos me ayudaron a soltarme y charlar en la mesa del trabajo, la familia, Netflix… Cuando llegaron las copas, la conversación viró hacia el circo que tenemos montando en el Congreso (ya se sabe que los dramas se digieren mucho mejor con alcohol). Ninguno de mis nuevos amigos se declaró admirador de los que manejan ahora mismo el cotarro en nuestro país, un partido con más tramas abiertas que un culebrón de mediodía. Un compañero de trabajo de la anfitriona propuso la solución para que la cosa cambiara y no volvieran a salir los de siempre: la gente sin estudios no debería poder votar.

Al escuchar la perla, unos cuantos carraspeamos, aunque, sorprendentemente, otros tantos apoyaron la propuesta. El autor del comentario se justificó citando al filósofo americano Jason Brennan, que firmaba el polémico libro Against Democracy (Contra la democracia) en el que propuso que el voto fuera un derecho que ganarse con estudios. El sistema, bautizado como epistocracia, proponía que los desinformados se alejaran de las urnas y los más preparados tuvieran incluso varios votos. Resultados como los del 'brexit' o la llegada de Trump a la Casa Blanca demostraron que al pueblo 'llano' se podía tragar cualquier cuento, así que lo del sufragio universal quizás ya no fuera una opción.

Los partidarios de la exterminadora solución política con los que compartía la noche del sábado insistieron en que había gente que no sabía lo que le convenía votar porque en realidad no conocían lo que proponían los partidos, ni cómo funcionaban en el poder; solo se guiaban por estereotipos y por lo que escuchaban (algo que hacían siempre a medias).

Además, estaban convencidos de que ese sistema epistocrático de votos jerárquicos no estaba en contra de las políticas sociales e incluso se podría alejar de aquello a lo que siempre había estado asociado: las dictaduras.

Los que éramos más partidarios de la igualdad en las urnas les recordamos a los colegas de Platón (el filósofo era enemigo de la democracia) que la política era por y para el pueblo y, por lo tanto, nadie debería salir de la ecuación. La preparación quizás podría hacerte más ilustrado, pero nunca sería garantía de acierto porque el ser humano era mucho más que eso. Además, habría que ver qué era estar desinformado y cuándo se tenía el conocimiento correcto. ¿Por qué iban a estar ellos al corriente de lo que de verdad necesitaba alguien, sin estudios ni suscripción a Netflix, cuya vida no tenía mucho que ver con la suya?

Total, que a las doce estábamos cada uno en nuestra casa. Lo curioso era que ninguno de los partidarios de la epistocracia parecía fan de los dictadores, ni conservador, ni carca. En la foto que subió la anfitriona a Instagram, antes de la debacle, se les veía a todos bastante modernos. Uno de ellos nos dijo a los demócratas que él antes pensaba como nosotros. Cuando estaba en la universidad participaba en todas las manifestaciones, esas en las que aún se creía que otro mundo era posible (para los matriculados y para los que no), pero, en los últimos años, todo había cambiado. Se refería a eso que hizo que los cimientos del mundo se tambalearan y que podría explicar el retorno de los extremos y la victoria de partidos ultra con los votos de gente que nunca habría apostado por ellos: la crisis.

Nos dicen que se ha terminado, pero la realidad es que el miedo sigue metido en el cuerpo. Ese instinto hace que unos sigan a un Mesías, dueño de la madre de todas las bombas, y que los que creen tener las respuestas correctas no quieran jugársela compartiendo derechos. Lo peor es que no tiene pinta de que ese miedo vaya a tardar poco en dejar de flotar en el aire. Incluso, amenaza con cargarse la democracia, un avance político que, tras un retroceso, se consiguió entre muchos. Incluido el pueblo sin estudios.

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