El asegurador, como la práctica totalidad de sectores económicos, se encuentra inmerso en un proceso de transformación sinigual. Aunque realmente lo que no tiene precedentes hasta la fecha es la velocidad a la que se están sucediendo estos cambios.

Desde mi punto de vista, el sector asegurador debe afrontar el futuro con optimismo. Nos enfrentamos a un mundo cada vez más incierto (más líquido, para algunos); y esta incertidumbre no es ni más ni menos que la materia prima del negocio asegurador: identificar, minimizar y transferir riesgos.

Lo que mucha gente desconoce es que, como si de un organismo vivo se tratara, existen nuevos riesgos que van surgiendo mientras otros se van trasformando o desapareciendo. Esto puede despertar cierto nerviosismo a algún neófito, pero es consustancial a nuestro oficio.

Por ejemplo, un ámbito que ha irrumpido con fuerza de la mano del desarrollo tecnológico que estamos viviendo en las últimas décadas es el vinculado con los ciberriesgos. Frente a las bondades derivadas de la transformación tecnológica y al incremento de la productividad en todos los sectores de la economía, en ocasiones pasamos por alto que la Red puede ser la puerta de entrada a hackers externos que terminen con la viabilidad de nuestros negocios e incluso con nuestra reputación.

La mayoría de las empresas españolas disponen a día de hoy de sistemas punteros que controlan sus operaciones más habituales, pero al igual que estos procesos generan una mayor productividad, nos expone a nuevos riesgos. Lo que nos puede originar grandes pérdidas no solo económicas. Amén de las sanciones.

El RGPD es la primera ley internacional que da protección a los datos de los clientes, de forma que obliga a las empresas a explicar a la Administración qué manejo hace de los datos de sus clientes y para qué los utiliza, bajo multas de hasta 20 millones de euros.

Precisamente uno de los grandes desafíos a los que se enfrenta el sector asegurador es el Big Data. Millones de datos de gran valor y utilidad sobre el comportamiento de clientes y potenciales clientes en sus quehaceres diarios, que es, en definitiva, lo que define realmente su perfil de riesgo.