El Ministerio de Transportes ha puesto de nuevo sobre la mesa la falta de rentabilidad de los trenes de cercanías: en este caso, la atención se ha centrado en Asturias, pero pronto seguirán Cantabria y Aragón. La red ferroviaria pública sería sustituida por un sistema de autobuses, y, qué remedio, por el coche propio. Concesiones privadas, mayor contaminación y aumento del riesgo de accidentes: aislamiento, abandono definitivo de los territorios con baja densidad de población y análisis basado en el beneficio económico: seguro que se puede hacer peor, desde luego, pero habría que esforzarse.

No sé en cuántas de esas estaciones quedan aún librerías, esa mezcla de kiosco de periódicos, golosinas y algún libro de bolsillo: el tren se presta a la lectura, algo menos cómoda en el bus, imposible en el coche. Los autores sabemos, desde hace años, que la llegada del formato sonoro, o bien en audiolibros, más inclinados a la ficción, o en podcast, más centrado en la no ficción, resulta imparable: lo que nunca creí fue que el sistema de comunicaciones público se alineara definitivamente con el audio.

El tren se presta a la lectura, algo menos cómoda en el bus, imposible en el coche

Así, la imagen del lector que abre su libro entre parada y parada se convertirá en algo tan anticuado como la carbonilla. La nueva lectora ideal, ciudadana rentable, conducirá por su cuenta de Lugones a Gijón, pagará allí por el estacionamiento, y escuchará, mientras tanto (ni un segundo sin aprovechamiento, sin productividad) al último gurú que le asesorará sobre NFT. El resto queda fuera de la foto: así se abandonan las vías muertas.