Dentro de unos días los Estados Unidos retirarán las últimas tropas que tienen desplegadas en Afganistán desde hace veinte años. El fracaso de Vietnam se repite dejando detrás otro reguero de muertos y por delante una perspectiva de futuro atroz. Los militares norteamericanos, los más poderosos del mundo, regresan a casa derrotados otra vez por fuerzas irregulares, desastradas y mal armadas, pero fanatizadas.

Habían sido enviadas a combatir contra el terrorismo yihadista concentrado en torno al régimen de los talibanes, a intentar cambiar el sistema represor de las libertades y a transformar el régimen arcaico en una democracia donde se respetaran los derechos humanos y particularmente donde la mujer recuperase su dignidad, aplastada por las imposiciones y restricciones del machismo ancestral.

"Los norteamericanos volverán a dejarlo todo como estaba y a la sociedad más dividida"

Después de dos décadas de guerra, algunas tibias negociaciones de paz y la improvisación de un conato de democracia en Kabul, ni vencieron ni convencieron. Los norteamericanos se retiran dejando el camino abierto para que los talibanes, que ya controlan algunas regiones e incluso las fronteras con Irán y Turkmenistán, vuelvan a recuperar el poder, servir de refugio a los terroristas e imponer el burka como símbolo de la humillación femenina.

Igual que antes les ocurrió a los militares de la Unión Soviética tras su intento invasor por imponer el comunismo en Afganistán, los norteamericanos volverán a dejarlo todo como estaba y a la sociedad más dividida, lo mismo que antes hicieron en Vietnam después de 12 años de guerra y de tres millones de víctimas, y del mismo modo que salieron en 1994 con la cabeza gacha de Mogadiscio tras el intento fallido de reinstaurar la normalidad en Somalia.