Lo que les voy a comentar es bastante prosaico, pero no por ello menos real. En la cola de un cajero automático oigo a unos ancianos comentar el cúmulo de dificultades añadidas que representa para ellos el cierre de bares, restaurantes, bibliotecas y centros comerciales. Están preocupados.
Es público y notorio que muchas personas, sobre todo de edad avanzada, suelen recurrir a sus instalaciones sanitarias con una frecuencia inusual. Y lo cierto es que los cierres anti virus, junto a la falta de aseos públicos de acceso gratuito, ha coartado la libertad de movimientos y generado inseguridad en muchos paseantes. La ausencia de mingitorios y baños abiertos incluso podría provocar una utilización inadecuada e incívica del espacio público.
Es obvio que la perentoriedad de usar el servicio no conoce sexo, edad, ni condición. Hace ya un tiempo la Sindica de Greuges de Barcelona, Asunción Vila, sugirió a las autoridades metropolitanas, con escaso éxito, instalar aseos públicos en los diferentes barrios de la ciudad y en los accesos de las estaciones de metro.
En 1917 Marcel Duchamp presentó, en una exposición de la Sociedad de Artistas Independientes, un urinario ordinario -La Fuente- para demostrar que cualquier objeto podía devenir obra de arte con tal de que el artista la ubicara en un contexto adecuado.
Sin pretensiones ‘vanguardistas’ no estaría de más que las autoridades atendieran las recomendaciones de la Síndica e instalaran unos mingitorios dignos.
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