Recuerdo ver el tenis con mi familia, hace ya muchos años, siguiendo esas finales interminables de Roland Garros. Esos partidos llenos de tensión, de gritos ahogados (más, si la que jugaba era Monica Seles), de esfuerzo titánico y emoción maravillosa, que es lo mejor que ofrece el deporte. Según he ido creciendo, mi interés por ver deportes ha ido disminuyendo y no es casualidad. Gloria Steinem, feminista y activista estadounidense, dice en su libro Mi vida en la carretera que la autoestima intelectual de una mujer disminuye a medida que aumenta su nivel de educación porque estudiamos nuestra propia ausencia. Las mujeres llevamos borradas de los libros una eternidad.
Quizá eso es lo que me pasa con el deporte, que según he sido consciente de la necesaria igualdad entre hombres y mujeres ha mermado mi interés por un mundo protagonizado en su mayoría por hombres. La selección española femenina de fútbol ha jugado la fase final de un mundial, pero claro, eso solo es una anécdota, comparándola con el mundial que ha ganado la masculina. O el bronce o la plata de las chicas de baloncesto frente a la victoria mundial de los chicos.
Pero ¿y si les digo que los tres tenistas que más Grand Slams han ganado en el mundo son mujeres? Margaret Court, ganadora de 24, Serena Williams, 23, y Steffi Graf, 22 nada menos. Sin quitarle mérito a Rafa Nadal (que nadie empiece con sensibilidades), me gustaría saber por qué estos datos siguen sorprendiendo a quienes los leen. El problema, como dice Gloria Steinem, es el mismo, que seguimos ocultas y no nos leemos a nosotras mismas. Y así es imposible ganar, y mucho menos conseguir un empate, que es de lo que se trata, no se olviden.
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