Luis Algorri Periodista
OPINIÓN

Ya están solas

Una mujer con burka.
Una mujer con burka.
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Una mujer con burka.

Ya ha pasado lo que todos sabíamos que iba a pasar. Los occidentales han terminado de huir de Afganistán, los talibán se han adueñado de todo (acaba de caer la última resistencia en el Panjshir) y en Occidente ya hemos dejado de preocuparnos por esa gente remota. Ya no se habla de ello. Ya no es noticia. Muchísimos afganos que habían colaborado con el régimen anterior, y que no consiguieron sitio en los aviones, han quedado a merced de los fanáticos, que los buscan ya sin prisa, casa por casa, uno por uno, para matarlos. Y las mujeres, todas las mujeres, se han quedado solas. Solas.

Seguramente ustedes ya saben lo que esto quiere decir. Para las mujeres afganas, que son varios millones de seres humanos como usted y como yo, se acabó la posibilidad de estudiar, de trabajar, de salir a la calle si les apetece, de soñar con una vida mejor. Se acabaron allí los derechos humanos para todos, pero especialmente para ellas. Sepultadas de nuevo bajo el atroz burka, han regresado a la condición de esclavas, de la que se libraron hace veinte años. Pero lo peor es que están otra vez solas.

Han regresado a la condición de esclavas, de la que se libraron hace veinte años

¿Por qué están solas? Pues es muy sencillo: porque ya nadie habla de ellas. Hay otras preocupaciones ahora: las elecciones alemanas, el precio de la luz, Messi, la pelea de gatos del Poder Judicial, todas esas cosas. Que son muy importantes, cómo no. Pero ellas están solas.

Lo único que tienen todas esas mujeres es la palabra. No la suya, que se la han quitado; la nuestra. ¿Puede hacer mucho la palabra? Sí puede, pero para que haga efecto hace falta mucho tiempo, mucha insistencia, mucha obstinación y, esto sobre todo, no cansarse nunca de repetir, repetir y repetir que están solas, que Occidente las ha dejado solas, a merced de una turba de fanáticos que les tienen miedo: por eso no quieren que se eduquen, porque entonces no las podrían controlar.

No callemos. Los gobiernos harán lo que les salga de la geopolítica, como siempre; pero nosotros, los ciudadanos, los periodistas, la gente, tenemos la obligación de no callar. Los talibán, antes o después, necesitarán hablar con Occidente, llegar a acuerdos, comerciar al menos para mantenerse. Que se encuentren con un muro de palabras que no les deje pasar. Un muro de palabras que les diga: no querremos nada con vosotros hasta que no devolváis a las mujeres su condición de seres humanos.

Una larga, incesante tormenta de palabras que no les deje respirar. Ahora y dentro de dos, de cinco, de diez años, de lo que haga falta. Un enjambre de palabras que no cese, que no se canse, y que tenemos que crear nosotros, porque nadie más lo va a hacer. No callemos. No callemos nunca. No las dejemos solas nosotros también.

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